Para vivir el Concilio.
Hemos venido hablando
en los temas anteriores de que El tema central del Concilio ha sido la Iglesia
y su misterio.
Recordábamos
que la Iglesia es ante todo un signo e instrumento de la unión íntima con Dios
y de la unidad de todo el género humano.
A través de
toda la historia de la salvación, la Iglesia entronca con la vida misma de la
Trinidad, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
La Iglesia
enriquecida con las palabras y los hechos de Jesús recibe la misión de anunciar
e instaurar en todos los pueblos el Reinado de Dios.
Para definir
lo que es la Iglesia el Concilio usa la imagen bíblica de “Pueblo de Dios”. La
reflexión de los padres conciliares los llevó a comprender que, antes de hablar
del ministerio jerárquico, se tenía que hablar del pueblo de Dios, que no es
“la raza, los plebeyos” sino todos los que por el bautismo fuimos incorporados
a Jesucristo y participamos de su misión.
Por ser el
pueblo de Dios la Iglesia es una comunidad de seguidores de Jesucristo y por lo
mismo todos tenemos que valorar y vivir el espíritu comunitario
Todos los
miembros de la Iglesia participamos de la misión de Jesucristo y tenemos la
misma responsabilidad de anunciar y hacer presente
el Reinado de Dios.
No obstante,
cada uno la ha de realizar desde su situación concreta, de ministro, de
religioso o de laico.
En esta
Iglesia resalta el papel importantísimo del laico como un creyente, un cristiano, bautizado, incorporado al pueblo de Dios, partícipe de
la función sacerdotal, real y profética de Cristo,
El
laico participa de la misión global de la iglesia de construir el reino de
Dios, desde su peculiar modo de hacerlo, que consiste en gestionar los asuntos
del mundo según el espíritu de las bienaventuranzas
María,
de cara a nosotros, es, ante todo, una creyente, la primera creyente,
modelo de los creyentes. Es decir, no es una diosa, no está del lado de la
divinidad sino del lado de los creyentes, es una mujer de nuestra raza y de
nuestro pueblo, del pueblo de Dios.
Y es importante en ella no sólo lo que tiene
de prerrogativas de gracia, sublimes e irrepetibles, sino lo que tiene de modelo
para nosotros, lo que tiene de obediencia y de fe. En ese sentido María es
tipo, modelo, de lo que es y debe ser la iglesia.
El Vaticano II nos
plantea la exigencia de volver a una concepción más cristiana de la santidad.
Se trata, por tanto, de una santidad encarnada, no separada, no huida de este
mundo.
Esta
santidad ha de alcanzarse en la vida diaria, en las ocupaciones y
preocupaciones de cada estado de vida y condición, no en una separación o huida
del mundo.
El
fundamento de todo esto es, además de la ley de la encarnación cristiana, el
sacerdocio común de los fíeles.
El Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia es uno de los
últimos elaborados por el Concilio y refleja lo más jugoso de la reflexión conciliar.
El deber de la cooperación misionera corresponde a todo el pueblo de
Dios, comenzando por los obispos y pasando por las comunidades cristianas,
señalando el Concilio que la renovación global de las mismas está vinculada a
su renovación misionera.
Y hay que subrayar: la primera obligación misionera no es relacionarse
con las misiones, sino vivir profundamente la vida cristiana.
La preocupación principal de la Iglesia es la venida del Reino de Dios y
la salvación de la humanidad y por ello le interesa la construcción de un mundo
en paz
Para el Concilio la paz es fruto de la justicia; pone de manifiesto que
las raíces de las discordias están en la injusticia, las desigualdades
económicas, la lentitud en aplicar soluciones, el afán de dominio y el
desprecio de las personas.
Debemos hacernos conscientes de nuestra responsabilidad humana y
cristiana y esforzarnos por despertar en nuestros ambientes el deseo sincero de
la paz con justicia.
Otro de los aspectos que nos ha descubierto el Concilio es el puesto
central que la Biblia ha de ocupar en la vida de la Iglesia.
De manera que esta Sagrada Escritura ha de embeber la teología, la
predicación, la catequesis, la oración comunitaria e individual y se recomienda
insistentemente a todos y cada uno de los cristianos.
El Concilio nos ha presentado la Biblia como historia de salvación en la
que Dios va realizando y revelando su obra. Esta revelación se va realizando
por medio de obras y palabras ligadas entre sí.
El Concilio nos enseña que el ser humano necesita de la sociedad para
desarrollarse y para cultivar su vocación humana. No puede encontrar su propia
plenitud sino en la entrega a los demás.
Dios mismo así lo creó, en cuanto a miembro de la comunidad y para vivir
en comunión. Todo el orden social ha de ser puesto al servicio del orden
personal.
Los derechos humanos han de ser respetados. Se ha de buscar un
reconocimiento cada vez mayor de la igualdad fundamental de todos los seres
humanos y por ello hay que superar cuanto antes las diferencias económicas tan
escandalosas.
La solidaridad debe ser considerada por todos y cada uno como unos de
los deberes principales del ser humano contemporáneo.
De esta reflexión ¿Qué
elementos consideramos más importantes?
¿Qué elementos de esto
necesita más nuestra comunidad?
¿Qué podemos, debemos y
queremos asumir para que se vaya dando en nosotros la renovación conciliar?
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