En nosotros
existe la angustia, el miedo y el espanto, no causados por “las señales en el
sol, la luna y las estrellas”.
Nuestras
angustias e inseguridades están causadas más bien por las crisis económicas,
por los conflictos sociales, por el abuso del poder, por la falta de pan y
trabajo, por la frustración... de tantas estructuras injustas, que solo podrán
ser removidas por el paso -del amor de Dios y su justicia- en el corazón del
ser humano.
La lectura del
libro de Jeremías nos sitúa en el tiempo inmediatamente posterior a la
destrucción de Jerusalén en el año 587 a.C. El pueblo está desolado y empieza a
tomar conciencia de su situación.
Jeremías
dirige su palabra profética a su pueblo para decirle que Dios no los ha
abandonado, que hará regresar a los cautivos y los perdonará, se construirán de
nuevo las ciudades, los campos volverán a granar y los ganados a pastar.
Es esos días
el Señor hará brotar en rey justo, no como los reyes que los llevaron al
destierro, el cual será llamado «Dios es nuestra justicia». Vendrá un
rey justo a restaurar al pueblo de Israel. (Servicios Koinonía)
El discurso de Jesús que leemos hoy, es apocalíptico y adaptado a la
cultura de su tiempo (apocalipsis significa revelación, no catástrofe), y
nosotros tenemos que releer esas señales del mundo natural en el mundo de la
historia, que es el lugar en que el Espíritu se manifiesta.
La segunda venida del Señor revelará la historia a sí misma. La verdad
que estaba oculta aparecerá a plena luz. Todos llegaremos a conocernos mejor
(1Cor 13,12b).(Servicios Koinonía)
El mensaje de
Jesús no nos evita los problemas y la inseguridad, pero nos enseña cómo
afrontarlos.
El discípulo
de Jesús tiene las mismas causas de angustia que el no creyente; pero ser
cristiano consiste en una actitud y en una reacción diferente: lo propio de la
esperanza que mantiene nuestra fe en las promesas del Dios liberador y que nos
permite descubrir el paso de ese Dios en el drama de la historia.
La actitud de
vigilancia a que nos lleva el adviento es estar alerta a descubrir el “Cristo
que viene” en las situaciones actuales, y a afrontarlas como proceso necesario
de una liberación total que pasa por la cruz.
Por eso el
Evangelio nos llama a “estar alerta”, a tener el corazón libre de los vicios y
de los ídolos de la vida para hacernos dóciles al Espíritu de Cristo que habita
las situaciones que vivimos en nuestro entorno.
Nos llama a
“estar despiertos y orando”, porque este Espíritu se descubre con una Esperanza
viva, punto de encuentro entre las promesas de la fe y los signos precarios que
hoy envuelven esas promesas.
La esperanza
es una memoria que tiende a olvidarse, se nutre con la oración, nos adhiere a
las promesas de la fe y nos inspira, cada día, la búsqueda de sus huellas en
las señales del tiempo.
La Esperanza
cristiana se hace por nuestra entrega a trabajar para que las promesas se
verifiquen en nuestras vidas.
Al iniciar el
mandato del nuevo presidente de la República, con profunda esperanza, hemos de
estar atentos a los riesgos y oportunidades que se ofrecen a nuestro país y
buscar en forma organizada la manera de evitar los riesgos y aprovechar las
oportunidades que esta situación ofrece para nuestro pueblo.
Tenemos que
luchar junto a los otros, contra el individualismo y los ídolos del poder, del
tener y del placer para pensar y actuar a favor de un México con paz y justicia
para todos.
Tenemos que
organizarnos para enfrentar las crisis
económicas, los conflictos sociales, el abuso del poder, la falta de pan y
trabajo, la frustración, y para ello necesitamos valorar a los demás y hacer
ciudadanía con ellos
Tenemos que
dialogar con el Dios de la vida para conocer sus proyectos ante la nueva
situación y para suplicar la fuerza necesaria para el aporte que nos toca dar
Apoyemos el movimiento ciudadano por la paz
CCR
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