31 de enero de 2015

Iglesia, pueblo profético

En este momento de nuestra historia La violencia en sus múltiples manifestaciones, el narcotráfico y el fenómeno de la migración forzada, son situaciones que exigen ser iluminadas desde la fé.
Esta iluminación es necesaria  para entender la problemática y descubrir el rumbo que el pueblo de Dios ha de seguir para realizar el proyecto de Jesús en nuestro aquí y ahora.
Sin embargo, en las Iglesias, se nota más la ausencia y el silencio que la palabra iluminadora y promotora de soluciones desde el proyecto de Jesús.


El Deuteronomio fue elaborado a partir de pequeños fragmentos que fueron compilados por el autor o los autores a lo largo de más de seiscientos años.
El documento tuvo varias ediciones en las que fue sucesivamente ampliado. Insiste en la necesidad de vivir unas relaciones interhumanas justas.
El capítulo 18 en la parte que leemos hoy, presenta la promesa acerca del profeta venidero. Ese profeta se compara con Moisés.  Viene para indicar cuál es el rumbo que el pueblo debe seguir.
Todos los pueblos tienen sus ideólogos que pretenden conservar y dirigir la historia y la sociedad de acuerdo a los intereses de la clase dominante.
En la antigüedad, esa función era ejercida por los adivinos, astrólogos o magos a quienes las autoridades consultaban para tomar decisiones importantes.
En cambio Israel acude a los profetas para que le ayuden a descubrir la voluntad de Yahvé
El profeta, atento a los acontecimientos, interpretados desde la Alianza y de la Fé en Yahvé, el dios del Éxodo,  se preocupa por mantener vivo el Espíritu de la Alianza, de modo que ayude a discernir en torno a las realidades vitales del pueblo.
Esta capacidad, para discernir cada situación en particular, fue una de las cosas que más admiró la multitud en Jesús.
Jesús respondía con la verdad simple y llana. Jesús estaba interesado en la situación particular de cada ser humano: en sus sufrimientos, en las ideas que lo atormentaban, en aquellas cosas que le impedían ser libre y espontáneo.
Jesús declaró abiertamente: El sábado, o sea la ley, las costumbres, todo lo prescrito, está al servicio de cada ser humano y no al contrario.
En los tiempos de Jesús, la falta de conocimientos científicos y la ignorancia sobre el funcionamiento del cuerpo humano, hacía que se atribuyeran algunas enfermedades a la acción de los demonios.
Sobre todo las enfermedades mentales, ya que los gritos, ataques y falta de control de los movimientos del enfermo, resultaban llamativos y enigmáticos.
Decir “loco” equivalía a decir “endemoniado” y por esto, era lo mismo que decir impuro: dominado o poseído por un “espíritu impuro”: el diablo. 
La lucha de Jesús contra los demonios fue una lucha contra las ideologías instaladas en las sinagogas, que buscaban un mesías glorioso, un militar implacable, un reformador religioso.
Jesús nunca se identificó con estos propósitos. Por esta razón, conmina a los “espíritus inmundos” o ideologías opresoras a guardar silencio y a no tratar de seducirlo con falsas aclamaciones y reconocimientos.

Como Jesús, la  Iglesia, pueblo profético, (cada uno de nosotros con los demás) tiene que analizar las situaciones de violencia, narcotráfico y migración forzada, desde el proyecto de Jesús: “Que todos tengamos vida y vida en abundancia”
Como Jesús, la  Iglesia pueblo profético (cada uno de nosotros con los demás) tiene que buscar caminos para llevar a cabo el proyecto de Jesús en nuestro aquí y ahora.
Urge tomar conciencia de los problemas, urge sentarnos por grupos y comunidad para analizar la situación y esclarecerla a la luz de Jesús; urge encontrar caminos para realizar nuestra misión de pueblo profético
Cosme Carlos Ríos

Enero 31 2015 

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