19 de septiembre de 2015

Ser discípulo de Jesús: abrazar y acoger a los pequeños

Para muchos, la vida sólo tiene un sentido, sólo hay una razón para vivir: conseguir el éxito, triunfar en la vida.  Según la ideología que la sociedad nos hace asimilar desde pequeños, el éxito en la vida consiste en llegar lo más alto posible, aunque para ello sea necesario pisotear la vida de los demás.

El libro de la sabiduría nos ha venido mostrando el modo de vida que llevan los injustos, pero “de pronto” éste se enfrenta con otro modo de vida, el que llevan “los justos”. Dos caminos se confrontan.
El primero, el de los injustos, sólo mira su propio disfrute: oprimen al pobre, se desentienden de la viuda y del anciano para manifestar su fuerza y su poder.
Pero el modo de vida del justo es en sí mismo una denuncia, especialmente por su referencia a Dios a quién él se remite.
El que vive conforme a la voluntad de Dios (el justo) tiene particularmente en cuenta al pobre o la viuda; el injusto, que sólo mira su propio placer, mira su ejercicio del poder, su fuerza
Lo que el justo “dice” remite a Dios y a su propia vida. Para constatar la veracidad, el injusto  se propone hostigarlo para que quede de manifiesto la veracidad o no de sus “dichos”.
El injusto, espera que Dios no actúe en favor del justo, con lo que su vida de placeres e injusticia queda validada ante sí y ante los demás.
Pero Dios actuará de acuerdo al obrar humano y el justo espera que la actuación de Dios sea beneficioso para él.
El evangelio nos presenta al grupo de Jesús atravesando Galilea, camino de Jerusalén. Lo hacen de manera reservada, sin que nadie se entere. Jesús quiere dedicarse enteramente a instruir a sus discípulos.
Jesús quiere grabar en sus corazones que: su camino no es un camino de gloria, éxito y poder. Conduce a la crucifixión y al rechazo, aunque terminará en resurrección.
A los discípulos no les entra en la cabeza lo que les dice Jesús. Les da miedo hasta preguntarle. No quieren pensar en la crucifixión. No entra en sus planes ni expectativas.
Mientras Jesús les habla de entrega y de cruz, ellos hablan de sus ambiciones: ¿Quién será el más importante en el grupo?
Jesús «se sienta». Quiere enseñarles algo que nunca han de olvidar. Llama a los Doce, y los invita a que se acerquen, pues los ve muy distanciados de él.
 Pero Jesús afirma: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y servidor de todos». El discípulo de Jesús ha de renunciar a buscar ambiciones, rangos, honores y vanidades.
En su grupo nadie ha de pretender estar sobre los demás. Al contrario, ha de ocupar el último lugar, ponerse al nivel de quienes no tienen poder ni ostentan rango alguno.
Y, desde ahí, ser como Jesús: «servidor de todos».
Jesús  pone a un niño en medio de los Doce, en el centro del grupo, para que aquellos hombres ambiciosos se olviden de honores y grandezas, y pongan sus ojos en los pequeños, los débiles, los más necesitados de defensa y cuidado.
Luego, lo abraza y les dice: «El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí». Quien acoge a un «pequeño» está acogiendo al más «grande», a Jesús. Y quien acoge a Jesús está acogiendo al Padre que lo ha enviado.
Una Iglesia que acoge a los pequeños e indefensos está enseñando a acoger a Dios. Una Iglesia que mira hacia los grandes y se asocia con los poderosos de la tierra está pervirtiendo la Buena Noticia de Dios anunciada por Jesús.

Ser justo hoy implica la preocupación efectiva por los más desamparados de hoy (Los huérfanos y las viudas)
Ser discípulo de Jesús, hoy implica abrazar y tomar como signo de la acción de Dios a todos los rostros sufrientes.

Nota: El Papa Francisco ha tenido reuniones con las organizaciones populares que buscan tierra, techo y trabajo. Selecciono algunas frases de su discurso en Bolivia que nos sirvan para meditar:
Cuando miramos el rostro de los que sufren, el rostro del cam­pesino amenazado, del trabajador excluido, del indígena oprimido, de la familia sin techo, del migrante perseguido, del joven desocupado, del niño explotado, de la madre que perdió a su hijo en un tiroteo porque el barrio fue copado por el narcotráfico, del padre que perdió a su hija porque fue sometida a la esclavitud; cuando recordamos esos «rostros y esos nombres» se nos estremecen las entrañas frente a tanto dolor y nos conmovemos…
3.1. La primera tarea es poner la economía al servicio de los Pueblos: Los seres humanos y la naturaleza no deben estar al servicio del dinero.
Digamos NO a una economía de exclusión e inequidad donde el dinero reina en lugar de servir. Esa economía mata. Esa economía excluye. Esa economía destruye la Madre Tierra.
Una economía justa debe crear las condiciones para que cada per­sona pueda gozar de una infancia sin carencias, desarrollar sus talentos durante la juventud, trabajar con plenos derechos durante los años de ac­tividad y acceder a una digna jubilación en la ancianidad.
La distribución justa de los frutos de la tierra y el trabajo hu­mano no es mera filantropía. Es un deber moral. Para los cristianos, la carga es aún más fuerte: es un mandamiento. Se trata de devolverles a los pobres y a los pueblos lo que les pertenece.
El futuro de la humani­dad no está únicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las élites. Está fundamentalmente en manos de los Pueblos; en su capacidad de organizar y también en sus manos que riegan con humildad y convicción este proceso de cambio. Los acompaño.
Digamos juntos desde el corazón: ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ningún pueblo sin soberanía, ninguna persona sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún anciano sin una vene­rable vejez.

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