10 de septiembre de 2016

Salir al encuentro del hermano alejado


Los grupos creyentes tenemos la tendencia a sobrevalorar a las personas observantes de normas, de leyes y de prácticas y no nos distinguimos por la práctica de la misericordia.
De este modo reflejamos una imagen de Dios como alguien rígido, que se alegra con la observancia, pero que no tiene preocupación por los que los que están lejos o   se han alejado

En el texto de la primera lectura los israelitas se han quedado solos y sin guía en el desierto. Ya no sienten la presencia del Señor y Moisés tarda en bajar de la montaña.
Esta ausencia momentánea les resulta insoportable, y se fabrican una imagen que les dé la sensación de tener a dios en medio de ellos, que lo haga visible y tangible, y del que puedan disponer a su agrado.
La imagen elegida es la del "ternero", porque el toro joven representa, en la simbología del Antiguo Oriente, la fuerza rebosante, la vitalidad y la fecundidad.
En este momento interviene Moisés. Lo hace como un profeta, denunciando y condenando severamente esa desviación del pueblo, que lo exponía a caer en la idolatría.
Pero él es también el intercesor que se solidariza con sus hermanos, y así obtiene del Señor el perdón y la renovación de la Alianza.
El texto del Evangelio que leemos hoy nos presenta en Jesús el rostro misericordioso del Padre.
Lucas nos dice que se acercaban a Jesús los cobradores de impuestos y los pecadores.
Por otro lado, la gente más observante, los fariseos y maestros de la Ley lo critican diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos"
Entre los judíos de la época de Jesús sólo se come con las personas de su clase, pues comer con personas de otra clase significa igualarse con ellos.
Como es frecuente en Lucas, él utiliza el contraste: en este caso pone frente a frente la conducta de Jesús con la mirada de los representantes del sistema, los escribas y fariseos
Las parábolas que leemos hoy son contadas a la defensiva, es decir para legitimar el trato que Jesús brinda a los cobradores de impuestos y a los pecadores.
Acostumbramos leer la tercer parábola poniendo en el centro al hijo menor, pero Jesús no quiere fijarse en el hijo pecador ya que de esos hay  muchos,  sino en el Padre lleno de ternura y misericordia.
El padre hace entrega al hijo de lo que le corresponde, le permite alejarse, lo espera y  cuando vuelve derrotado sale a su encuentro, lo recibe con abrazos y besos, lo viste, lo calza, le da el anillo y hace una fiesta.
Aún más, el padre tiene que lidiar con el hijo observante que se niega a recibir a su hermano y que no tiene las entrañas de misericordia del padre.
Este es el rostro que han de tener las comunidades de discípulos de Jesús de Nazaret.

Para nosotros hoy, mostrar el rostro misericordioso del Padre implica poner en la mente, en el corazón y en la vida la misericordia de Jesús para con los alejados y pecadores.
Para nosotros hoy, mostrar el rostro misericordioso del Padre implica, (con la ternura de Jesús), salir al encuentro de aquellos que no se sienten parte de una Iglesia burocrática, moralista e incongruente.
Para nosotros hoy, mostrar el rostro misericordioso del Padre implica salir al encuentro de los sobrantes de la sociedad porque no son productivos: los ancianos, enfermos, niños, indígenas que llegan a nuestra ciudad.
Para nosotros hoy, mostrar el rostro misericordioso del Padre implica salir al encuentro de quienes no encuentran sentido  a la existencia, y viven sumidos en continuas depresiones, los tristes, los amargados, abandonados por su familia, desempleados.
Cosme Carlos Ríos
Septiembre 10  del 2016.


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