Por viejas costumbres
solemos rechazar como grupo a las mujeres que se dedican a la prostitución y
silenciamos la parte de los que explotan comercialmente la sexualidad femenina.
En la primera
lectura, David, el rey, ha pecado gravemente. No sólo ha cometido adulterio con
la mujer de uno de sus soldados, sino que además hizo matar al esposo engañado.
Se ha burlado así del
mismo Dios, al arrogarse el derecho sobre la vida y la muerte en beneficio de sus deseos
depravados.
Esto merece un
castigo. Pero el rey reconoce su delito y se manifiesta humildemente
arrepentido. Muestra así la profundidad de su fe, a pesar de su pecado.
Por eso Dios lo
perdona. David quedará para siempre como el ejemplo vivo del hombre que,
sobrepasando sus miserias, se ha situado en la dinámica de Dios.
Aunque el texto
resalta la ofensa contra el soldado, el texto bíblico también habla de la
violencia contra la mujer, dice: David mandó unos mensajeros para que se la trajeran”.
En el texto la mujer aparece como
una cosa, una propiedad del varón, y no podemos menos que incomodarnos ante
esto. La voz de la mujer sólo se escucha para decir: “estoy encinta”.
La lectura es puesta aquí para
mostrarnos el inmenso amor y perdón de Dios aunque el crimen sea horrendo, como
es el caso.
Dios sólo espera el arrepentimiento
sincero para que su perdón llegue inmediatamente sobre los suyos
En el evangelio, una
mujer se atreve a estropear una
sobremesa elegante. Ella no sólo quebranta las leyes de la buena educación,
sino que, además, comete una infracción de tipo religioso: pues siendo una
mujer impura no debe manchar con su presencia la casa de un hombre puro como es
un fariseo.
Por un momento Jesús pierde
su dignidad de profeta a los ojos de su anfitrión: “Si éste fuera profeta,
sabría quién es esta mujer que le está tocando, y lo que es: una pecadora”.
Ante la situación que
se ha presentado, Jesús, en vez de corregir a su anfitrión, lo invita a salir
de su ignorancia y a reconocer que el verdadero pecador es él; el fariseo que
se cree puro.
La mujer, a nadie ha
engañado: ha repetido los gestos de su oficio; la misma actitud sensual que ha
tenido con todos sus amantes.
Pero esta tarde sus
gestos no tienen el mismo sentido. Ahora expresan su respeto y el cambio de su
corazón. El perfume lo ha comprado con sus ahorros, que son el precio de su
“pecado”.
Y sin dudarlo rompe
el vaso, para que nadie pueda recuperar ni un gramo del precioso perfume.
En la antigüedad las
prostitutas eran consideradas esclavas; socialmente no existían.
Sin embargo, esta
tarde una prostituta escucha las palabras de absolución y de canonización,
porque ha hecho el gesto sacramental, ha expresado su decisión de cambiar de
vida.
Los evangelios
destacan la acogida y comprensión de Jesús a los sectores más excluidos por
casi todos de la bendición de Dios: prostitutas, recaudadores, leprosos…
Su mensaje es
escandaloso: los despreciados por los hombres más religiosos tienen un lugar
privilegiado en el corazón de Dios. La razón es solo una: son los más
necesitados de acogida, dignidad y amor.
Para seguir este
comportamiento de Jesús, tendremos que revisar cuál es nuestra actitud en las
comunidades cristianas ante ciertos colectivos como las mujeres que viven de la
prostitución o los homosexuales y lesbianas.
Para pensar y actuar
como Jesús necesitamos cambiar nuestras actitudes hacia las prostitutas y hacia
las madres solteras.
Como en todas las
comunidades hay personas que han tenido o que tienen esas características, será
bueno que iniciemos una pastoral de acogida hacia ellas, que, sin censurarlas,
les ayude a encontrar caminos de dignidad
Junio 11 2016
Cosme Carlos Ríos
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