Amar como Jesús: el
mandamiento nuevo
Es curioso y preocupante que las distintas comunidades cristianas nos
esforzamos por cumplir leyes y costumbres (cosa muy buena), pero perdemos de
vista el amor que es la novedad que trajo Jesús.
En ocasiones insistimos en el amor, pero lo entendemos sólo como
expresión de sentimientos y no como el de Jesús: amor de entrega y de servicio
a los hermanos.
El concilio Vaticano II pretendía una renovación de la Iglesia, pero
seguimos las prácticas viejas de buscar el poder, la fama y con frecuencia la
riqueza, que no obtienen precisamente por la práctica del amor.
Es evidente que asumir lo nuevo implica seguir a Jesús, ponerlo en el centro
de nuestra vida, pero para eso hay que renunciar al poder, a la fama y la
riqueza y no siempre estamos dispuestos.
El libro de los Hechos nos sigue hablando del éxito misionero de Pablo y
Bernabé entre los gentiles, al presentar la
novedad de Jesús: “Dios les abre la puerta a los no judíos para que también
ellos puedan creer”.
Sus desvelos misioneros, su entrega, su espíritu de servicio serían fuente de esa propagación del Evangelio
extendiéndose a lo ancho del mundo “gentil”.
El texto del Apocalipsis,
que leemos hoy, alienta nuestra esperanza con su magnífica visión de “un cielo
nuevo y una tierra nueva”, como la gran meta de nuestros esfuerzos.
Una nueva realidad de
justicia, paz y amor fraterno habrá de traer “la nueva Jerusalén que descendía
del cielo enviada por Dios y engalanada como una novia”.
Es la esperanza
maravillosa que podemos enarbolar frente a los que nos amenazan con una
destrucción inexorable del mundo,
“Esta es la morada de
Dios con los hombres –señala un el autor; acampará entre ellos. Serán su
pueblo, y Dios estará con ellos.
Enjugará las lágrimas
de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer
mundo ha pasado. El que estaba sentado sobre el trono dijo: Ahora hago el
universo nuevo”.
Para entender el pasaje que nos refiere el Evangelio de hoy, conviene
recordar que Judas acaba de salir. Jesús le había ofrecido una vez más su
amistad, pero la ha rechazado.
Ha tomado la decisión de entregar a Jesús en manos de los jefes de su
religión y de su nación y va a ponerla en práctica.
Está demasiado apegado a las instituciones y las tradiciones de sus
mayores, a lo viejo. Por eso lo va a traicionar, porque no le agrada la
novedad de Jesús.
Jesús lo sabe, pero no lo delata ante el resto de los discípulos; al
contrario, le muestra de nuevo su afecto, y al no encontrar correspondencia, lo
despide con estas palabras: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto»
Así acepta Jesús la muerte. Y así se manifiesta «la gloria del Hombre, y
la gloria de Dios. Naturalmente que la
muerte, en sí misma, no es gloria de nadie; pero sí lo que en esa muerte se
revela: un amor sin límite, sin medida.
El amor de Jesús a sus semejantes, a la humanidad, y el amor de Dios que
Jesús manifiesta con su entrega.
La gloria de Dios no es, por tanto, su poder, ni su
ciencia, ni su grandeza: la gloria de Dios es el amor que se manifiesta en el
Hombre.
Y la gloria del hombre será corresponder a ese amor con un amor que
difunda, comunicándolo, el amor recibido. Ese es el encargo de Jesús a sus
discípulos; ése es el mandamiento nuevo.
Nuevo por la calidad y la medida del amor que exige: que
el hombre, teniendo como modelo el amor de Jesús, ame a sus semejantes más que
a sí mismo.
Nuevo porque intenta que los hombres no estén preocupados
por Dios más que para parecerse a Él, amando como El a la humanidad.
Esta es la señal del cristiano: el amor. Y si el
catecismo dice que la señal del cristiano es la cruz, eso sólo tiene sentido en
cuanto que la cruz fue la exageración del amor.
Por eso el cristiano no puede salirse de este ámbito ni eludir ese
compromiso: colaborar con Dios en la consolidación de ese mundo nuevo en el
que sea posible y real ese amor.
Esta es la única ley, la ley fundamental -la constitución- de
la comunidad cristiana.
Todos los demás mandamientos no tienen por sí mismos vigencia alguna,
sino sólo en la medida en que coinciden, concretan o explicitan el mandamiento
nuevo.
Según el evangelio, se conoce a un cristiano no porque cumple los
mandamientos de Moisés o los de la Iglesia, sino porque ama a sus semejantes al
estilo de Jesús, porque está dispuesto a entregar la vida para que sea posible
un mundo nuevo.
Celebrar la Pascua de Jesús implica cambiar de vida para vivir el
mandamiento nuevo, el estilo de Jesús: Un amor de entrega y de servicio.
Celebrar la Pascua de Jesús significa dejar atrás el estilo viejo,
centrado en leyes y tradiciones y poner la mirada en Jesús.
Celebrar la Pascua de Jesús significa luchar por un cielo nuevo y una
nueva tierra en los que resplandezca la justicia, la paz y el amor de entrega y
servicio
Abril 23 2016
Cosme Carlos Ríos
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