23 de abril de 2016

La novedad de Jesús: El amor de entrega y de servicio

Amar como Jesús: el mandamiento nuevo

Es curioso y preocupante que las distintas comunidades cristianas nos esforzamos por cumplir leyes y costumbres (cosa muy buena), pero perdemos de vista el amor que es la novedad que trajo Jesús.
En ocasiones insistimos en el amor, pero lo entendemos sólo como expresión de sentimientos y no como el de Jesús: amor de entrega y de servicio a los hermanos.
El concilio Vaticano II pretendía una renovación de la Iglesia, pero seguimos las prácticas viejas de buscar el poder, la fama y con frecuencia la riqueza, que no obtienen precisamente por la práctica del amor.
Es evidente que asumir lo nuevo implica seguir a Jesús, ponerlo en el centro de nuestra vida, pero para eso hay que renunciar al poder, a la fama y la riqueza y no siempre estamos dispuestos.

El libro de los Hechos nos sigue hablando del éxito misionero de Pablo y Bernabé entre los gentiles, al presentar la novedad de Jesús: “Dios les abre la puerta a los no judíos para que también ellos puedan  creer”.
Sus desvelos misioneros, su entrega, su espíritu de servicio  serían fuente de esa propagación del Evangelio extendiéndose a lo ancho del mundo “gentil”.
El texto del Apocalipsis, que leemos hoy, alienta nuestra esperanza con su magnífica visión de “un cielo nuevo y una tierra nueva”, como la gran meta de nuestros esfuerzos.
Una nueva realidad de justicia, paz y amor fraterno habrá de traer “la nueva Jerusalén que descendía del cielo enviada por Dios y engalanada como una novia”.
Es la esperanza maravillosa que podemos enarbolar frente a los que nos amenazan con una destrucción inexorable del mundo,
“Esta es la morada de Dios con los hombres –señala un el autor; acampará entre ellos. Serán su pueblo, y Dios estará con ellos.
Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado. El que estaba sentado sobre el trono dijo: Ahora hago el universo nuevo”.
Para entender el pasaje que nos refiere el Evangelio de hoy, conviene recordar que Judas acaba de salir. Jesús le había ofrecido una vez más su amistad, pero la ha rechazado.
Ha tomado la decisión de entregar a Jesús en manos de los jefes de su religión y de su nación y va a ponerla en práctica.
Está demasiado apegado a las instituciones y las tradiciones de sus mayores, a lo viejo. Por eso lo va a traicionar, porque no le agrada la novedad de  Jesús.
Jesús lo sabe, pero no lo delata ante el resto de los discí­pulos; al contrario, le muestra de nuevo su afecto, y al no encontrar correspondencia, lo despide con estas pala­bras: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto»
Así acepta Jesús la muerte. Y así se manifiesta «la gloria del Hombre, y  la gloria de Dios. Naturalmente que la muerte, en sí misma, no es gloria de nadie; pero sí lo que en esa muerte se revela: un amor sin límite, sin medida.
El amor de Jesús a sus semejantes, a la humanidad, y el amor de Dios que Jesús manifiesta con su entrega.
La gloria de Dios no es, por tanto, su poder, ni su ciencia, ni su grandeza: la gloria de Dios es el amor que se manifiesta en el Hombre.
Y la gloria del hombre será corresponder a ese amor con un amor que difunda, comunicándolo, el amor recibido. Ese es el encargo de Jesús a sus discípulos; ése es el mandamiento nuevo.
Nuevo por la calidad y la medida del amor que exige: que el hombre, teniendo como modelo el amor de Jesús, ame a sus semejantes más que a sí mismo. 
Nuevo porque intenta que los hombres no estén preocupados por Dios más que para parecerse a Él, amando como El a la humanidad. 
Esta es la señal del cristiano: el amor. Y si el catecismo dice que la señal del cristiano es la cruz, eso sólo tiene sentido en cuanto que la cruz fue la exageración del amor.
Por eso el cristiano no puede salirse de este ámbito ni eludir ese compro­miso: colaborar con Dios en la consolidación de ese mundo nuevo en el que sea posible y real ese amor.
Esta es la única ley, la ley fundamental -la constitución- de la comunidad cristiana.
Todos los demás mandamientos no tienen por sí mismos vigencia alguna, sino sólo en la medida en que coin­ciden, concretan o explicitan el mandamiento nuevo.
Según el evangelio, se conoce a un cristiano no porque cumple los mandamientos de Moisés o los de la Iglesia, sino porque ama a sus semejantes al estilo de Jesús, porque está dispuesto a entregar la vida para que sea posible un mundo nuevo.

Celebrar la Pascua de Jesús implica cambiar de vida para vivir el mandamiento nuevo, el estilo de Jesús: Un amor de entrega y de servicio.
Celebrar la Pascua de Jesús significa dejar atrás el estilo viejo, centrado en leyes y tradiciones y poner la mirada en Jesús.
Celebrar la Pascua de Jesús significa luchar por un cielo nuevo y una nueva tierra en los que resplandezca la justicia, la paz y el amor de entrega y servicio
Abril 23 2016
Cosme Carlos Ríos





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