Vencer el miedo a los riesgos de la misión
profética
En
nuestro mundo hay profetas, personas que reclaman fidelidad a la Alianza, al
Reinado de Dios: personas que anuncian el amor, la justicia, la paz y la verdad
y que denuncian los proyectos de injustica, de marginación, de corrupción y de
mentira.
Como
estas personas, de ordinario, no pertenecen a instituciones, tienen poca o nula
aceptación.
Los
miembros de las instituciones religiosas que levantan la voz a favor del pueblo
son muy pocas, y pero suelen quedar como voces en el desierto
A Jeremías le toca vivir momentos difíciles de
su pueblo: El poderoso imperio babilónico quiere atacar a los egipcios, pero en
medio del camino se encuentra Judá, patria de Jeremías.
La
nobleza, el ejército, los sacerdotes de alto nivel y las clases pudientes
tienen la intención de aliarse con Egipto para enfrentar a los babilonios.
Jeremías,
hombre lúcido y pacifista se enfrenta con ellos y es víctima de su represión.
El
texto de hoy nos refiere la vocación de Jeremías y presenta a Dios diciendo a Jeremías: Tú, ahora, muévete y anda
a decirles todo lo que yo te mande. No temas enfrentarlos, porque yo también
podría asustarte delante de ellos.
Este
día hago de ti una fortaleza, un pilar de hierro y una muralla de bronce frente
a la nación entera: frente a los reyes de Judá y a sus ministros, frente a los
sacerdotes y a los propietarios.
Ante
una misión de riesgo, el profeta siempre cuenta con la fortaleza de Dios que lo
convierte en muralla de bronce frente a todos los poderosos.
El
domingo pasado, después de la lectura que hizo Jesús del profeta Isaías, el
evangelio terminaba diciendo que “todos los presentes tenían fijos los ojos en
él...”. El evangelio de hoy continúa la escena, que se desarrolla en la
sinagoga de Nazaret.
Jesús
dice que en él se cumplen las palabras de Isaías, es decir, que es «el ungido»
para anunciar la Buena Noticia a los pobres y oprimidos... y el «año de gracia»
del Señor.
Inicialmente
los de su pueblo aprobaban, y se admiraban de su paisano, pero no alcanzaban a
ver en Jesús la gracia de Dios que salía de sus labios, ni al profeta anunciado
por Isaías, sino simplemente al Jesús hijo de José.
Jesús
percibe que sus paisanos no están interesados en sus palabras sino en sus
hechos, les interesa ante todo un espectáculo milagrero, que cure los enfermos
del pueblo y basta.
Jesús
les responde con otro refrán: “ningún profeta es bien recibido en su patria”,
dejando claro que en Nazaret no hará ningún milagro.
El
verdadero profeta no se deja acaparar ni mucho menos presionar para satisfacer
a un auditorio interesado sólo por el espectáculo o por intereses individuales,
aunque sean los de sus familiares o su propio pueblo.
El
profeta es libre y se debe a la palabra de Dios. La historia de Elías y Eliseo
recuerda a los nazaretanos cómo éstos tuvieron que irse a tierra de paganos
porque su propio pueblo no quería escucharlos.
La
característica de la mujer de Sarepta es su confianza en Dios, confiando su
vida y la de su propio hijo en un extraño como Elías; y característico del sirio
Naamán es que depone su orgullo y soberbia nacionalistas ante las palabras de
Eliseo.
La misma Iglesia reconocerá en este texto su
misión de anunciar la Buena Noticia a los más alejados, es decir, que la
Palabra echa sus primeras raíces en las personas y en las familias, pero ése no
es su destino final; tiene que ser una palabra que busque siempre el camino de
los más alejados y necesitados.
Las
palabras finales de Jesús enfurecen a los presentes e intentan arrojar a Jesús
por un barranco en las afueras del pueblo.
Jesús ha tenido la
osadía de omitir la frase “El día de la
venganza de nuestro Dios” y ha comentado: “Hoy les llegan noticias de cómo
se cumplen estas palabras proféticas”.
En
un mundo de violencia, de injusticia y de inseguridad social, como Jeremías,
hemos de levantar la voz en demanda de la paz. Pero tenemos que hacerlo en
forma organizada, con objetivos claros.
Los
luchadores sociales, a la manera de Jesús, tienen que ser libres y no dejarse
acaparar por los poderosos, ni buscar la honra o el poder, porque se pierde el
objetivo de la misión profética: Que el pueblo tenga vida.