Familias que se integran a partir del encuentro con Dios
Una de los problemas
que, hoy más aquejan a la familia, es la desintegración familiar, porque cada
uno vive en su mundo, y porque somos muy poco tolerantes con los demás.
A diferencia de la
forma en que las familias antiguas participaban en la vida religiosa, hoy es marcada
la ausencia de los varones en el culto.
El libro de Samuel del
que tomamos la primera lectura de hoy, abarca un amplio e importante período de
la historia de Israel. Es el que transcurre entre el fin de la época de los
Jueces y los últimos años del reinado de David, o sea, entre el 1050 y el 970
a. C.
Israel vive en este
tiempo una difícil etapa de transición, que determina el paso del régimen
tribal a la instauración de un estado monárquico.
Aquí se nos descubre
la obra de Dios en el corazón de los hombres y la manera como éstos cooperan al
reino de Dios. El tema central del libro es el advenimiento de la monarquía
bajo la guía de Samuel como juez y profeta.
La historia de Samuel, el primero de los grandes profetas que dejaron
una huella indeleble en la vida de Israel, comienza con el relato de su
nacimiento, su infancia y su vocación profética.
La tradición bíblica nos da de Samuel una imagen con muchos aspectos,
ya que lo presenta ejerciendo las funciones de "juez", de sacerdote,
de vidente y de profeta.
Su acción se desarrolla en una época de profunda transformación social,
cuando ya las viejas instituciones israelitas no ofrecen una respuesta válida a
la crisis provocada por el desafío filisteo.
Se nos habla de su nacimiento y en esta ocasión de su consagración a
Dios. Toda
la familia de Ana sube al santuario.
Al hablar de
destetar, cabe suponer que tenía Samuel de tres a cuatro años. Junto con el
niño, ofreció la familia un toro de tres años, 36 litros de harina y un odre de
vino.
Él niño es presentado
a Helí. Puesto que Dios se lo ha regalado, quiere Ana que quede como propiedad
de Yahvé, sirviéndole en el santuario.
Esta religiosidad
practicada en familia, que consagra los hijos para que colaboren en el plan de
Dios, es modelo para nuestras familias de hoy.
El clima religioso en
que creció Jesús, era el de la piedad propia del primer testamento. Parte
importante de ésta eran las peregrinaciones
al templo.
La fiesta pascual de
los ácimos duraba siete días. La vuelta sólo se podía emprender pasado el
segundo día de la fiesta; la sagrada familia se quedó allí la semana entera.
Al final emprendieron
la vuelta María y José. Se viajaba en una caravana. La fila no era compacta:
iba dividida en grupos de parientes y conocidos. Esta manera de peregrinar
juntos aumentaba la seguridad y daba a la vez cierta libertad de movimientos
Ellos, no se dieron
cuenta de la ausencia de Jesús hasta que transcurrió el primer día de viaje. Un
niño de doce años en Oriente tiene gran libertad de movimientos. Era natural
que fuese entre alguno de los grupos, un poco desordenados y distanciados de la
caravana.
Se nos presenta a
María y a José como una familia profundamente religiosa y observante, y también
como una familia unida, puesto que viajan juntos, a pesar de que María no
estaba obligada participar en la peregrinación.
Ser familia como la
de Ana, que da mucha importancia al culto, a la consagración de los hijos a
Dios, implica para nosotros, descubrir en el culto a un Dios de vida, de
libertad que nos hizo iguales en dignidad.
Ser familia como la
de Nazaret, implica para nuestras familias, caminar juntos, buscar juntos,
escuchar juntos los planes del Padre que es amor y misericordia.
Ser familias, como la
de Nazaret implica para nosotros buscar los caminos que humanizan nuestras
relaciones, mediante el respeto mutuo, el diálogo y la colaboración.
Diciembre 26 del 2015
Cosme Carlos Ríos
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