CARTA ENCÍCLICA LAUDATO SI’
DEL
SANTO PADRE FRANCISCO
Capítulo V:
Algunas líneas de orientación y acción
Segunda
parte
La
previsión del impacto ambiental de los emprendimientos y proyectos requiere
procesos políticos transparentes y sujetos al diálogo.
Por el
contrario, la corrupción, que esconde el verdadero impacto ambiental de un
proyecto a cambio de favores, suele llevar a acuerdos espurios que evitan
informar y debatir ampliamente.
Un estudio del
impacto ambiental no debería ser posterior a la elaboración de un proyecto
productivo o de cualquier política, plan o programa a desarrollarse.
Tiene que insertarse
desde el principio y elaborarse de modo interdisciplinario, transparente e
independiente de toda presión económica o política.
Debe conectarse con
el análisis de las condiciones de trabajo y de los posibles efectos en la salud
física y mental de las personas, en la economía local, en la seguridad.
Siempre es necesario
alcanzar consensos entre los distintos actores sociales, que pueden aportar
diferentes perspectivas, soluciones y alterntivas.
Pero en la mesa de
discusión deben tener un lugar privilegiado los habitantes locales, quienes se
preguntan por lo que quieren para ellos y para sus hijos, y pueden considerar
los fines que trascienden el interés económico inmediato.
La participación
requiere que todos sean adecuadamente informados de los diversos aspectos y de
los diferentes riesgos y posibilidades, y no se reduce a la decisión inicial
sobre un proyecto, sino que implica también acciones de seguimiento o
monitorización constante.
Cuando aparecen eventuales riesgos para el
ambiente que afecten al bien común presente y futuro, esta situación exige «que
las decisiones se basen en una comparación entre los riesgos y los beneficios
hipotéticos que comporta cada decisión alternativa posible».
Algunos proyectos,
no suficientemente analizados, pueden afectar profundamente la calidad de vida
de un lugar debido a cuestiones tan diversas entre sí como una contaminación
acústica no prevista, la reducción de la amplitud visual, la pérdida de valores
culturales, los efectos del uso de energía nuclear.
En toda discusión
acerca de un emprendimiento, una serie de preguntas deberían plantearse en
orden a discernir si aportará a un verdadero desarrollo integral:
¿Para qué? ¿Por qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿De qué
manera? ¿Para quién? ¿Cuáles son los riesgos? ¿A qué costo? ¿Quién paga los
costos y cómo lo hará?
En este examen hay
cuestiones que deben tener prioridad.
Si la información
objetiva lleva a prever un daño grave e irreversible, aunque no haya una comprobación
indiscutible, cualquier proyecto debería detenerse o modificarse.
En estos casos hay
que aportar una demostración objetiva y contundente de que la actividad
propuesta no va a generar daños graves al ambiente o a quienes lo habitan.
Hay discusiones sobre
cuestiones relacionadas con el ambiente donde es difícil alcanzar consensos.
La Iglesia no
pretende definir las cuestiones científicas ni sustituir a la política, pero
invito a un debate honesto y transparente, para que las necesidades particulares
o las ideologías no afecten al bien común.
La política no debe
someterse a la economía y ésta no debe someterse a los dictámenes y al
paradigma eficientista de la tecnocracia.
Hoy, pensando en el
bien común, necesitamos imperiosamente que la política y la economía, en diálogo,
se coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida
humana.
La salvación de los
bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población, sin la firme
decisión de revisar y reformar el entero sistema, reafirma un dominio absoluto
de las finanzas que no tiene futuro y que sólo podrá generar nuevas crisis después
de una larga, costosa y aparente curación.
La producción no es
siempre racional, y suele estar atada a variables económicas que fijan a los
productos un valor que no coincide con su valor real.
Eso lleva muchas
veces a una sobreproducción de algunas mercancías, con un impacto ambiental
innecesario, que al mismo tiempo perjudica a muchas economías regionales.
Lo que no se afronta
con energía es el problema de la
economía real, la que hace posible que se diversifique y mejore la
producción, que las empresas funcionen adecuadamente, que las pequeñas y
medianas empresas se desarrollen y creen empleo.
La protección
ambiental no puede asegurarse sólo en base al cálculo financiero de costos y
beneficios.
El ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del
mercado no son capaces de defender o de promover adecuadamente.
Tenemos que convencernos
de que desacelerar un determinado ritmo de producción y de consumo puede dar
lugar a otro modo de progreso y desarrollo.
Los esfuerzos para un
uso sostenible de los recursos naturales no son un gasto inútil, sino una
inversión que podrá ofrecer otros beneficios económicos a medio plazo.
Se trata de abrir
camino a oportunidades diferentes, que no implican detener la creatividad
humana y su sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces nuevos.
Un camino de
desarrollo productivo más creativo y mejor orientado podría corregir el hecho de que haya una inversión tecnológica excesiva para
el consumo y poca para resolver problemas pendientes de la humanidad.
Podría generar formas
inteligentes y rentables de reutilización, refuncionalización y reciclado; podría
mejorar la eficiencia energética de las ciudades.
La diversificación
productiva da amplísimas posibilidades a la inteligencia humana para crear e
innovar, a la vez que protege el ambiente y crea más fuentes de trabajo.
Es más indigno,
superficial y menos creativo insistir en crear formas de expolio de la
naturaleza sólo para ofrecer nuevas posibilidades de consumo y de rédito
inmediato.
Sabemos que es insostenible el comportamiento
de aquellos que consumen y destruyen más y más, mientras otros todavía no
pueden vivir de acuerdo con su dignidad humana.
Por eso ha llegado la
hora de aceptar cierto decrecimiento en algunas partes del mundo aportando
recursos para que se pueda crecer sanamente en otras partes.
Para que surjan
nuevos modelos de progreso, necesitamos « cambiar el modelo de desarrollo
global », lo cual implica reflexionar responsablemente «sobre el sentido de la
economía y su finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones»
Un desarrollo
tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y una calidad de vida
integralmente superior no puede considerarse progreso.
Muchas veces la
calidad real de la vida de las personas disminuye por el deterioro del
ambiente, la baja calidad de los mismos productos alimenticios o el agotamiento
de algunos recursos.
El principio de
maximización de la ganancia, que tiende a aislarse de toda otra consideración,
es una distorsión conceptual de la economía
A ellos sólo les
importa que aumente la producción, interesa poco que se produzca a costa de los
recursos futuros o de la salud del ambiente; si la tala de un bosque aumenta
la producción, nadie mide en ese cálculo la pérdida que implica desertificar un
territorio, dañar la biodiversidad o aumentar la contaminación.
Es decir, las
empresas obtienen ganancias calculando y pagando una parte ínfima de los
costos.
Es verdad que hoy
algunos sectores económicos ejercen más poder que los mismos Estados.
Pero no se puede
justificar una economía sin política, que sería incapaz de propiciar otra
lógica que rija los diversos aspectos de la crisis actual.
La lógica que no
permite prever una preocupación sincera por el ambiente es la misma que vuelve
imprevisible una preocupación por integrar a los más frágiles, porque « en el
vigente modelo “exitista” y “privatista” no parece tener sentido invertir para
que los lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida »
Necesitamos una
política que piense con visión amplia, y que lleve adelante un replanteo
integral, incorporando en un diálogo interdisciplinario los diversos aspectos
de la crisis.
Muchas veces la misma
política es responsable de su propio descrédito, por la corrupción y por la
falta de buenas políticas públicas.
Si el Estado no
cumple su rol en una región, algunos grupos económicos pueden aparecer como
benefactores y detentar el poder real, sintiéndose autorizados a no cumplir
ciertas normas, hasta dar lugar a diversas formas de criminalidad organizada,
trata de personas, narcotráfico y violencia muy difíciles de erradicar.
Una estrategia de
cambio real exige repensar la totalidad de los procesos, ya que no basta con
incluir consideraciones ecológicas superficiales mientras no se cuestione la
lógica subyacente en la cultura actual.
Los textos religiosos
clásicos pueden ofrecer un significado para todas las épocas, tienen una fuerza
motivadora que abre siempre nuevos horizontes.
Cualquier solución
técnica que pretendan aportar las ciencias será impotente para resolver los
graves problemas del mundo si la humanidad pierde su rumbo, si se olvidan las
grandes motivaciones que hacen posible la convivencia, el sacrificio, la
bondad.
En todo caso, habrá
que interpelar a los creyentes a ser coherentes con su propia fe y a no
contradecirla con sus acciones, habrá que reclamarles que vuelvan a abrirse a
la gracia de Dios y a beber en lo más hondo de sus propias convicciones sobre
el amor, la justicia y la paz.
La mayor parte de los
habitantes del planeta se declaran creyentes, y esto debería provocar a las
religiones a entrar en un diálogo entre ellas orientado al cuidado de la
naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto
y de fraternidad.
Es imperioso también un diálogo entre las
ciencias mismas, porque cada una suele encerrarse en los límites de su propio
lenguaje, y la especialización tiende a convertirse en aislamiento y en
absolutización del propio saber.
Esto impide afrontar
adecuadamente los problemas del medio ambiente. También se vuelve necesario un
diálogo abierto y amable entre los diferentes movimientos ecologistas, donde no
faltan las luchas ideológicas.
La gravedad de la
crisis ecológica nos exige a todos pensar en el bien común y avanzar en un
camino de diálogo que requiere paciencia, ascesis y generosidad, recordando
siempre que « la realidad es superior a la idea ».
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