12 de noviembre de 2015

CARTA ENCÍCLICA LAUDATO SI’
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Capítulo V: Algunas líneas de orientación y acción
Primera parte
Se ha ido afirmando la tendencia a concebir el planeta como patria y la humanidad como pueblo que habita una casa de todos.
Un mundo interdependiente signi­fica procurar que las soluciones se propongan desde una perspectiva global y no sólo en defensa de los intereses de algunos países.La interdepen­dencia nos obliga a pensar en un solo mundo, en un proyecto común.
Para afrontar los problemas de fondo, es indispensable un consenso mundial que lleve, por ejemplo,
·        a programar una agricultura sostenible y diversi­ficada,
·        a desarrollar formas renovables y poco contaminantes de energía,
·        a fomentar una ma­yor eficiencia energética,
·        a promover una gestión más adecuada de los recursos forestales y mari­nos,
·        a asegurar a todos el acceso al agua potable.
La tecnología basada en com­bustibles fósiles muy contaminantes necesita ser reemplazada progresiva­mente y sin demora.
Sin embargo, en la comunidad internacional no se logran acuerdos suficientes sobre la responsabi­lidad de quienes deben soportar los costos de la transición energética.
Cabe destacar la Cumbre de la Tierra, cele­brada en 1992 en Río de Janeiro. Allí se proclamó que « los seres humanos constituyen el centro de las preocupaciones relacionadas con el desarrollo sostenible
Retomando contenidos de la Declaración de Estocolmo (1972), consagró la coo­peración internacional para cuidar el ecosistema de toda la tierra, la obligación por parte de quien contamina de hacerse cargo económicamente de ello, el deber de evaluar el impacto ambiental de toda obra o proyecto.
Propuso el objetivo de es­tabilizar las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera para revertir el ca­lentamiento global.
También elaboró una agenda con un programa de acción y un convenio sobre diversidad biológica, declaró principios en mate­ria forestal.
Si bien aquella cumbre fue verdadera­mente superadora y profética para su época, los acuerdos han tenido un bajo nivel de implemen­tación porque no se establecieron adecuados me­canismos de control, de revisión periódica y de sanción de los incumplimientos.
Los principios enunciados siguen reclamando caminos eficaces y ágiles de ejecución práctica.
Como experiencias positivas se pueden mencionar, por ejemplo, el Convenio de Basilea sobre los desechos peligrosos, con un sistema de notificación, estándares y controles; también la Convención vinculante que regula el comercio internacional de especies amenazadas de fauna y flora silvestre, que incluye misiones de verifi­cación del cumplimiento efectivo.
Gracias a la Convención de Viena para la protección de la capa de ozono y a su implementación median­te el Protocolo de Montreal y sus enmiendas, el problema del adelgazamiento de esa capa parece haber entrado en una fase de solución.


En el cuidado de la diversidad biológica y en lo relacionado con la desertificación, los avan­ces han sido mucho menos significativos.
En lo relacionado con el cambio climático, los avances son lamentablemente muy escasos.
La reducción de gases de efecto invernadero requiere hones­tidad, valentía y responsabilidad, sobre todo de los países más poderosos y más contaminantes.
Las negociaciones internacio­nales no pueden avanzar significativamente por las posiciones de los países que privilegian sus intereses nacionales sobre el bien común global.
Mientras se ela­boraba esta Encíclica, el debate ha adquirido una particular intensidad.
Los creyentes no podemos dejar de pedirle a Dios por el avance positivo en las discusiones actuales, de manera que las gene­raciones futuras no sufran las consecuencias de imprudentes retardos.
Algunas de las estrategias de baja emisión de gases contaminantes buscan la internacionali­zación de los costos ambientales, con el peligro de imponer a los países de menores recursos pe­sados compromisos de reducción de emisiones comparables a los de los países más industrializa­dos.
La imposición de estas medidas perjudica a los países más necesitados de desarrollo.
Dado que los efectos del cambio climático se harán sentir durante mucho tiempo, algunos países con esca­sos recursos necesitarán ayuda para adaptarse a efectos que ya se están produciendo y que afec­tan sus economías.
Sigue siendo cierto que hay responsabilidades comunes pero diferenciadas, sencillamente porque «los países que se han beneficiado por un alto grado de industrialización, a costa de una enorme emisión de gases invernaderos, tie­nen mayor responsabilidad en aportar a la solu­ción de los problemas que han causado».
La estrategia de compraventa de « bonos de carbono » puede dar lugar a una nueva for­ma de especulación, y no servir para reducir la emisión global de gases contaminantes.
Este sis­tema parece ser una solución rápida y fácil, con la apariencia de cierto compromiso con el medio ambiente, pero que de ninguna manera implica un cambio radical a la altura de las circunstancias.
Más bien puede convertirse en un recurso diver­sivo  que permita sostener el sobreconsumo de algunos países y sectores.

Los países pobres necesitan tener como prioridad la erradicación de la miseria y el desa­rrollo social de sus habitantes, aunque deban ana­lizar el nivel escandaloso de consumo de algunos sectores privilegiados de su población y controlar mejor la corrupción.
También es verdad que de­ben desarrollar formas menos contaminantes de producción de energía, pero para ello requieren contar con la ayuda de los países que han creci­do mucho a costa de la contaminación actual del planeta.

Urgen acuerdos internacionales que se cumplan, dada la fragilidad de las instancias loca­les para intervenir de modo eficaz.
Las relaciones entre Estados deben resguardar la soberanía de cada uno, pero también establecer caminos con­sensuados para evitar catástrofes locales que ter­minarían afectando a todos.
Hacen falta marcos regulatorios globales que impongan obligaciones y que impidan acciones intolerables, como el he­cho de que países poderosos expulsen a otros paí­ses residuos e industrias altamente contaminantes.

El creciente problema de los residuos marinos y la protección de las áreas marinas más allá de las fronteras na­cionales continúa planteando un desafío especial.
Necesi­tamos una reacción global más responsable, que implica encarar al mismo tiempo la reducción de la contaminación y el desarrollo de los países y regiones pobres
« Para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y ma­yores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimen­ticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial.
En esta perspectiva, la diplomacia adquiere una importancia inédita, en orden a promover estrategias internacionales que se anticipen a los problemas más graves que termi­nan afectando a todos.
Las cuestiones relacionadas con el ambiente y con el desarrollo económico ya no se pueden plantear sólo desde las diferencias entre los países, sino que requieren prestar aten­ción a las políticas nacionales y locales.

Ante la posibilidad de una utilización irres­ponsable de las capacidades humanas, son fun­ciones impostergables de cada Estado planificar, coordinar, vigilar y sancionar dentro de su propio territorio.
Los límites que debe imponer una sociedad sana, madura y soberana se asocian con: previsión y precaución, regulaciones adecuadas, vigilancia de la aplicación de las normas, control de la corrupción, acciones de control operativo sobre los efectos emergentes no deseados de los procesos productivos, e intervención oportuna ante riesgos inciertos o potenciales.
El marco político e institu­cional no existe sólo para evitar malas prácticas, sino también para alentar las mejores prácticas, para estimular la creatividad que busca nuevos caminos, para facilitar las iniciativas personales y colectivas.
El drama del inmediatismo político, soste­nido también por poblaciones consumistas, pro­voca la necesidad de producir crecimiento a cor­to plazo.
Respondiendo a intereses electorales, los gobiernos no se exponen fácilmente a irritar a la población con medidas que puedan afectar al nivel de consumo o poner en riesgo inversio­nes extranjeras.
La miopía de la construcción de poder detiene la integración de la agenda am­biental con mirada amplia en la agenda pública de los gobiernos.

En algunos lugares, se están desarrollan­do cooperativas para la explotación de energías renovables que permiten el autoabastecimiento local e incluso la venta de excedentes.
Este sen­cillo ejemplo indica que, mientras el orden mun­dial existente se muestra impotente para asumir responsabilidades, la instancia local puede hacer una diferencia.
 Pues allí se puede generar una mayor responsabilidad, un fuerte sentido comu­nitario, una especial capacidad de cuidado y una creatividad más generosa, un entrañable amor a la propia tierra, así como se piensa en lo que se deja a los hijos y a los nietos.

La sociedad, a través de organismos no gu­bernamentales y asociaciones intermedias, debe obligar a los gobiernos a desarrollar normativas, procedimientos y controles más rigurosos.
Si los ciudadanos no controlan al poder político –na­cional, regional y municipal–, tampoco es posi­ble un control de los daños ambientales.
En los ámbitos nacionales y locales siempre hay mucho por hacer, como pro­mover las formas de ahorro de energía.
Esto im­plica favorecer formas de producción industrial con máxima eficiencia energética y menos canti­dad de materia prima, quitando del mercado los productos que son poco eficaces desde el punto de vista energético o que son más contaminantes.
También podemos mencionar una buena gestión del transporte o formas de construcción y de sa­neamiento de edificios que reduzcan su consumo energético y su nivel de contaminación.

Es posible alentar el mejoramiento agrícola de regio­nes pobres mediante inversiones en infraestructu­ras rurales, en la organización del mercado local o nacional, en sistemas de riego, en el desarrollo de técnicas agrícolas sostenibles.
Se pueden facilitar formas de cooperación o de organización comu­nitaria que defiendan los intereses de los pequeños productores y preserven los ecosistemas locales de la depredación.
Es indispensable la continuidad, porque no se pueden modificar las políticas relaciona­das con el cambio climático y la protección del ambiente cada vez que cambia un gobierno.


Los mejores mecanismos terminan sucumbiendo cuando faltan los grandes fines, los valores, una comprensión humanista y rica de sentido que otorguen a cada sociedad una orientación noble y generosa.

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