21 de noviembre de 2015

Viva Cristo Rey

Muchos creyentes, sobre todo en el pueblo mexicano, celebran esta fiesta con un sentido triunfalista, pero que no tiene repercusión en la vida diaria.
No nos lleva a un compromiso de lucha contra los graves males sociales, la crisis climática, la crisis alimentaria, el desempleo cada vez mayor, sobre todo en los jóvenes.

Como en todos los escritos apocalípticos, el tema central de estas visiones simbólicas que aparecen en el libro de Daniel, son las diversas etapas de la historia humana y su desenlace final.
El autor quiere mostrar que nada de lo que sucede en el mundo es fruto del azar, sino la realización del designio oculto de Dios, revelado a sus elegidos.
Los Imperios aparecen, luchan entre sí y se suceden unos a otros. Los reyes se atribuyen prerrogativas divinas y pretenden usurpar el lugar de Dios.
Cada nuevo Imperio supera en crueldad al precedente.
Pero Dios dirige el curso de los acontecimientos y va disponiendo misteriosamente los "tiempos y momentos" hacia el establecimiento definitivo de su Reino.
A pesar de la oscuridad que caracteriza a las visiones alegóricas de esta parte, el sentido general de las mismas es bien claro. Los perseguidores  no tendrán la última palabra.
Más allá del creciente auge del mal, se vislumbra la venida misteriosa de un "Hijo de hombre" que trasciende la mera condición humana: a él se le dará "el dominio, la gloria y el reino" y todos lo servirán.
 A esa venida se agrega el anuncio de la resurrección final de los justos, que "brillarán como las estrellas por los siglos de los siglos.
 Así, los sueños de una victoria terrestre y nacional, por medio de la lucha armada, se desvanecen completamente ante la promesa de un mundo transfigurado por el poder de Dios.
Hijo de hombre significa simplemente "hombre" o "ser humano". Pero en este contexto la expresión adquiere un nuevo sentido.
La figura de este "Hijo de hombre" parece ser la personificación del pueblo de los Santos del Altísimo, es decir, de los israelitas fieles a Yahvé el Dios de la liberación
 A ellos, Dios les hará justicia después de las tribulaciones padecidas y los hará entrar en posesión de su Reino.
Más tarde, la figura de este "Hijo de hombre" fue adquiriendo rasgos individuales, hasta identificarse con la persona del Rey mesiánico y del Juez de los últimos tiempos. Jesús usó preferentemente este título para designarse a sí mismo.
A este hijo de hombre le es dado tun reino para que todos los pueblos lo sirvan .un reino que jamás será destruido.
En el evangelio de hoy, Jesús es acusado por los sumos sacerdotes de hacerse pasar por rey y por lo mismo de ser un peligro para el poder del imperio romano.
Pilato le pregunta a Jesús si es el rey de los judíos y después de un intercambio de palabras, Jesús responde que su reino no tiene su origen en este mundo, no es como los de este mundo, que se apoyan en el poder militar, político y económico
El reino de Jesús, como lo podemos ver a lo largo de su trayectoria, es el reno de la justicia y de la misericordia desde una clarísima opción por los pobres.

Celebrar a Jesús como rey, hoy, nos compromete a entender la crisis climática que estamos viviendo en nuestro mundo; nos ayuda el conocer las orientaciones que da el papa Francisco en su Encíclica.
Celebrar a Jesús como rey, hoy, nos compromete a entender la crisis alimentaria, y encontrar los caminos para hacerle frente en forma organizada y con los pies en la tierra
Celebrar a Jesús como rey, hoy, nos compromete a entender el problema del desempleo y a buscar caminos para que las nuevas generaciones tengan oportunidad de una vida digna.

De esta manera vale la pena gritar “Viva Cristo Rey”

Cosme Carlos Ríos

Noviembre 21 del 2015 

19 de noviembre de 2015

CARTA ENCÍCLICA LAUDATO SI’
 DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Capítulo V:
Algunas líneas de orientación y acción
 Segunda parte
La previsión del impacto ambiental de los emprendimientos y proyectos requiere procesos políticos transparentes y sujetos al diálogo.
Por el contrario, la corrupción, que esconde el verdadero impacto ambiental de un proyecto a cambio de favores, suele llevar a acuerdos espurios que evitan informar y debatir ampliamente.
Un estudio del impacto ambiental no de­bería ser posterior a la elaboración de un proyec­to productivo o de cualquier política, plan o pro­grama a desarrollarse.
Tiene que insertarse desde el principio y elaborarse de modo interdi­sciplinario, transparente e independiente de toda pre­sión económica o política.
Debe conectarse con el análisis de las condiciones de trabajo y de los posibles efectos en la salud física y mental de las personas, en la economía local, en la seguridad.
Siempre es necesario alcanzar consensos entre los distintos actores sociales, que pueden apor­tar diferentes perspectivas, soluciones y altern­tivas.
Pero en la mesa de discusión deben tener un lugar privilegiado los habitantes locales, quie­nes se preguntan por lo que quieren para ellos y para sus hijos, y pueden considerar los fines que trascienden el interés económico inmediato.
La participación requiere que todos sean adecuada­mente informados de los diversos aspectos y de los diferentes riesgos y posibilidades, y no se re­duce a la decisión inicial sobre un proyecto, sino que implica también acciones de seguimiento o monitorización constante.
 Cuando aparecen eventuales riesgos para el ambiente que afecten al bien común presente y futuro, esta situación exige «que las decisiones se basen en una comparación entre los riesgos y los beneficios hipotéticos que comporta cada deci­sión alternativa posible».
Al­gunos proyectos, no suficientemente analizados, pueden afectar profundamente la calidad de vida de un lugar debido a cuestiones tan diversas entre sí como una contaminación acústica no prevista, la reducción de la amplitud visual, la pérdida de valores culturales, los efectos del uso de energía nuclear.
En toda discusión acerca de un emprendi­miento, una serie de preguntas deberían plantear­se en orden a discernir si aportará a un verdadero desarrollo integral:
 ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿De qué manera? ¿Para quién? ¿Cuáles son los riesgos? ¿A qué costo? ¿Quién paga los costos y cómo lo hará?
En este examen hay cues­tiones que deben tener prioridad.
Si la información objetiva lleva a prever un daño grave e irreversible, aunque no haya una compro­bación indiscutible, cualquier proyecto debería detenerse o modificarse.
En estos casos hay que apor­tar una demostración objetiva y contundente de que la actividad propuesta no va a generar daños graves al ambiente o a quienes lo habitan.
Hay discusiones sobre cuestiones relacio­nadas con el ambiente donde es difícil alcanzar consensos.

La Iglesia no pretende definir las cuestiones científicas ni susti­tuir a la política, pero invito a un debate honesto y transparente, para que las necesidades particu­lares o las ideologías no afecten al bien común.
La política no debe someterse a la econo­mía y ésta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia.
Hoy, pensando en el bien común, necesitamos impe­riosamente que la política y la economía, en diá­logo, se coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana.

La salva­ción de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población, sin la firme decisión de revisar y reformar el entero sistema, reafirma un dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro y que sólo podrá generar nuevas crisis des­pués de una larga, costosa y aparente curación.
La producción no es siempre racional, y suele estar atada a varia­bles económicas que fijan a los productos un va­lor que no coincide con su valor real.
Eso lleva muchas veces a una sobreproducción de algunas mercancías, con un impacto ambiental innece­sario, que al mismo tiempo perjudica a muchas economías regionales.
Lo que no se afronta con energía es el problema de la economía real, la que hace posi­ble que se diversifique y mejore la producción, que las empresas funcionen adecuadamente, que las pequeñas y medianas empresas se desarrollen y creen empleo.
La protección ambiental no puede asegu­rarse sólo en base al cálculo financiero de costos y beneficios.
El ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del mercado no son capaces de defender o de promover adecuadamente.

Tenemos que conven­cernos de que desacelerar un determinado ritmo de producción y de consumo puede dar lugar a otro modo de progreso y desarrollo.
Los esfuer­zos para un uso sostenible de los recursos natu­rales no son un gasto inútil, sino una inversión que podrá ofrecer otros beneficios económicos a medio plazo.
Se trata de abrir camino a oportunidades diferentes, que no implican detener la creatividad humana y su sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces nuevos.
Un camino de desarrollo productivo más creativo y mejor orientado po­dría corregir el hecho de que haya una inversión tecnológica excesiva para el consumo y poca para resolver problemas pendientes de la humanidad.
Podría generar formas inteligentes y rentables de reutilización, refuncionalización y reciclado; po­dría mejorar la eficiencia energética de las ciuda­des.
La diversificación productiva da amplísimas posibilidades a la inteligencia humana para crear e innovar, a la vez que protege el ambiente y crea más fuentes de trabajo.
Es más indigno, superficial y menos creativo insistir en crear formas de expolio de la naturaleza sólo para ofrecer nuevas posibilidades de consumo y de rédito inmediato.

 Sabemos que es insostenible el comportamien­to de aquellos que consumen y destruyen más y más, mientras otros todavía no pueden vivir de acuerdo con su dignidad humana.
Por eso ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en algunas partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente en otras par­tes.
Para que surjan nuevos modelos de pro­greso, necesitamos « cambiar el modelo de desa­rrollo global », lo cual implica reflexionar res­ponsablemente «sobre el sentido de la economía y su finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones»
Un desarrollo tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y una calidad de vida integral­mente superior no puede considerarse progreso.
Muchas veces la calidad real de la vida de las personas disminuye por el deterioro  del ambiente, la baja calidad de los mismos productos alimenticios o el agotamiento de algunos recursos.
El principio de maximización de la ganan­cia, que tiende a aislarse de toda otra considera­ción, es una distorsión conceptual de la economía
A ellos sólo les importa que aumente la producción, interesa poco que se produzca a costa de los recursos futuros o de la salud del ambiente; si la tala de un bosque au­menta la producción, nadie mide en ese cálculo la pérdida que implica desertificar un territorio, dañar la biodiversidad o aumentar la contamina­ción.
Es decir, las empresas obtienen ganancias calculando y pagando una parte ínfima de los costos.
Es verdad que hoy algu­nos sectores económicos ejercen más poder que los mismos Estados.
Pero no se puede justificar una economía sin política, que sería incapaz de propiciar otra lógica que rija los diversos aspec­tos de la crisis actual.
La lógica que no permite prever una preocupación sincera por el ambiente es la misma que vuelve imprevisible una preo­cupación por integrar a los más frágiles, porque « en el vigente modelo “exitista” y “privatista” no parece tener sentido invertir para que los lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida »
Necesitamos una política que piense con visión amplia, y que lleve adelante un replanteo integral, incorporando en un diálogo interdisci­plinario los diversos aspectos de la crisis.
Muchas veces la misma política es responsable de su pro­pio descrédito, por la corrupción y por la falta de buenas políticas públicas.
Si el Estado no cumple su rol en una región, algunos grupos económicos pueden aparecer como benefactores y detentar el poder real, sintiéndose autorizados a no cumplir ciertas normas, hasta dar lugar a diversas formas de criminalidad organizada, trata de personas, narcotráfico y violencia muy difíciles de erra­dicar.

Una es­trategia de cambio real exige repensar la totali­dad de los procesos, ya que no basta con incluir consideraciones ecológicas superficiales mientras no se cuestione la lógica subyacente en la cultura actual.
Los textos religio­sos clásicos pueden ofrecer un significado para todas las épocas, tienen una fuerza motivadora que abre siempre nuevos horizontes.
Cualquier solución técnica que pretendan aportar las ciencias será impoten­te para resolver los graves problemas del mun­do si la humanidad pierde su rumbo, si se olvi­dan las grandes motivaciones que hacen posible la convivencia, el sacrificio, la bondad.
En todo caso, habrá que interpelar a los creyentes a ser coherentes con su propia fe y a no contradecirla con sus acciones, habrá que reclamarles que vuel­van a abrirse a la gracia de Dios y a beber en lo más hondo de sus propias convicciones sobre el amor, la justicia y la paz.
La mayor parte de los habitantes del plane­ta se declaran creyentes, y esto debería provocar a las religiones a entrar en un diálogo entre ellas orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de res­peto y de fraternidad.
 Es imperioso también un diálogo entre las ciencias mismas, porque cada una suele encerrarse en los límites de su propio lenguaje, y la especialización tiende a convertir­se en aislamiento y en absolutización del propio saber.
Esto impide afrontar adecuadamente los problemas del medio ambiente. También se vuel­ve necesario un diálogo abierto y amable entre los diferentes movimientos ecologistas, donde no faltan las luchas ideológicas.

La gravedad de la crisis ecológica nos exige a todos pensar en el bien común y avanzar en un camino de diálogo que requiere paciencia, ascesis y generosidad, re­cordando siempre que « la realidad es superior a la idea ».

12 de noviembre de 2015

CARTA ENCÍCLICA LAUDATO SI’
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Capítulo V: Algunas líneas de orientación y acción
Primera parte
Se ha ido afirmando la tendencia a concebir el planeta como patria y la humanidad como pueblo que habita una casa de todos.
Un mundo interdependiente signi­fica procurar que las soluciones se propongan desde una perspectiva global y no sólo en defensa de los intereses de algunos países.La interdepen­dencia nos obliga a pensar en un solo mundo, en un proyecto común.
Para afrontar los problemas de fondo, es indispensable un consenso mundial que lleve, por ejemplo,
·        a programar una agricultura sostenible y diversi­ficada,
·        a desarrollar formas renovables y poco contaminantes de energía,
·        a fomentar una ma­yor eficiencia energética,
·        a promover una gestión más adecuada de los recursos forestales y mari­nos,
·        a asegurar a todos el acceso al agua potable.
La tecnología basada en com­bustibles fósiles muy contaminantes necesita ser reemplazada progresiva­mente y sin demora.
Sin embargo, en la comunidad internacional no se logran acuerdos suficientes sobre la responsabi­lidad de quienes deben soportar los costos de la transición energética.
Cabe destacar la Cumbre de la Tierra, cele­brada en 1992 en Río de Janeiro. Allí se proclamó que « los seres humanos constituyen el centro de las preocupaciones relacionadas con el desarrollo sostenible
Retomando contenidos de la Declaración de Estocolmo (1972), consagró la coo­peración internacional para cuidar el ecosistema de toda la tierra, la obligación por parte de quien contamina de hacerse cargo económicamente de ello, el deber de evaluar el impacto ambiental de toda obra o proyecto.
Propuso el objetivo de es­tabilizar las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera para revertir el ca­lentamiento global.
También elaboró una agenda con un programa de acción y un convenio sobre diversidad biológica, declaró principios en mate­ria forestal.
Si bien aquella cumbre fue verdadera­mente superadora y profética para su época, los acuerdos han tenido un bajo nivel de implemen­tación porque no se establecieron adecuados me­canismos de control, de revisión periódica y de sanción de los incumplimientos.
Los principios enunciados siguen reclamando caminos eficaces y ágiles de ejecución práctica.
Como experiencias positivas se pueden mencionar, por ejemplo, el Convenio de Basilea sobre los desechos peligrosos, con un sistema de notificación, estándares y controles; también la Convención vinculante que regula el comercio internacional de especies amenazadas de fauna y flora silvestre, que incluye misiones de verifi­cación del cumplimiento efectivo.
Gracias a la Convención de Viena para la protección de la capa de ozono y a su implementación median­te el Protocolo de Montreal y sus enmiendas, el problema del adelgazamiento de esa capa parece haber entrado en una fase de solución.


En el cuidado de la diversidad biológica y en lo relacionado con la desertificación, los avan­ces han sido mucho menos significativos.
En lo relacionado con el cambio climático, los avances son lamentablemente muy escasos.
La reducción de gases de efecto invernadero requiere hones­tidad, valentía y responsabilidad, sobre todo de los países más poderosos y más contaminantes.
Las negociaciones internacio­nales no pueden avanzar significativamente por las posiciones de los países que privilegian sus intereses nacionales sobre el bien común global.
Mientras se ela­boraba esta Encíclica, el debate ha adquirido una particular intensidad.
Los creyentes no podemos dejar de pedirle a Dios por el avance positivo en las discusiones actuales, de manera que las gene­raciones futuras no sufran las consecuencias de imprudentes retardos.
Algunas de las estrategias de baja emisión de gases contaminantes buscan la internacionali­zación de los costos ambientales, con el peligro de imponer a los países de menores recursos pe­sados compromisos de reducción de emisiones comparables a los de los países más industrializa­dos.
La imposición de estas medidas perjudica a los países más necesitados de desarrollo.
Dado que los efectos del cambio climático se harán sentir durante mucho tiempo, algunos países con esca­sos recursos necesitarán ayuda para adaptarse a efectos que ya se están produciendo y que afec­tan sus economías.
Sigue siendo cierto que hay responsabilidades comunes pero diferenciadas, sencillamente porque «los países que se han beneficiado por un alto grado de industrialización, a costa de una enorme emisión de gases invernaderos, tie­nen mayor responsabilidad en aportar a la solu­ción de los problemas que han causado».
La estrategia de compraventa de « bonos de carbono » puede dar lugar a una nueva for­ma de especulación, y no servir para reducir la emisión global de gases contaminantes.
Este sis­tema parece ser una solución rápida y fácil, con la apariencia de cierto compromiso con el medio ambiente, pero que de ninguna manera implica un cambio radical a la altura de las circunstancias.
Más bien puede convertirse en un recurso diver­sivo  que permita sostener el sobreconsumo de algunos países y sectores.

Los países pobres necesitan tener como prioridad la erradicación de la miseria y el desa­rrollo social de sus habitantes, aunque deban ana­lizar el nivel escandaloso de consumo de algunos sectores privilegiados de su población y controlar mejor la corrupción.
También es verdad que de­ben desarrollar formas menos contaminantes de producción de energía, pero para ello requieren contar con la ayuda de los países que han creci­do mucho a costa de la contaminación actual del planeta.

Urgen acuerdos internacionales que se cumplan, dada la fragilidad de las instancias loca­les para intervenir de modo eficaz.
Las relaciones entre Estados deben resguardar la soberanía de cada uno, pero también establecer caminos con­sensuados para evitar catástrofes locales que ter­minarían afectando a todos.
Hacen falta marcos regulatorios globales que impongan obligaciones y que impidan acciones intolerables, como el he­cho de que países poderosos expulsen a otros paí­ses residuos e industrias altamente contaminantes.

El creciente problema de los residuos marinos y la protección de las áreas marinas más allá de las fronteras na­cionales continúa planteando un desafío especial.
Necesi­tamos una reacción global más responsable, que implica encarar al mismo tiempo la reducción de la contaminación y el desarrollo de los países y regiones pobres
« Para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y ma­yores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimen­ticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial.
En esta perspectiva, la diplomacia adquiere una importancia inédita, en orden a promover estrategias internacionales que se anticipen a los problemas más graves que termi­nan afectando a todos.
Las cuestiones relacionadas con el ambiente y con el desarrollo económico ya no se pueden plantear sólo desde las diferencias entre los países, sino que requieren prestar aten­ción a las políticas nacionales y locales.

Ante la posibilidad de una utilización irres­ponsable de las capacidades humanas, son fun­ciones impostergables de cada Estado planificar, coordinar, vigilar y sancionar dentro de su propio territorio.
Los límites que debe imponer una sociedad sana, madura y soberana se asocian con: previsión y precaución, regulaciones adecuadas, vigilancia de la aplicación de las normas, control de la corrupción, acciones de control operativo sobre los efectos emergentes no deseados de los procesos productivos, e intervención oportuna ante riesgos inciertos o potenciales.
El marco político e institu­cional no existe sólo para evitar malas prácticas, sino también para alentar las mejores prácticas, para estimular la creatividad que busca nuevos caminos, para facilitar las iniciativas personales y colectivas.
El drama del inmediatismo político, soste­nido también por poblaciones consumistas, pro­voca la necesidad de producir crecimiento a cor­to plazo.
Respondiendo a intereses electorales, los gobiernos no se exponen fácilmente a irritar a la población con medidas que puedan afectar al nivel de consumo o poner en riesgo inversio­nes extranjeras.
La miopía de la construcción de poder detiene la integración de la agenda am­biental con mirada amplia en la agenda pública de los gobiernos.

En algunos lugares, se están desarrollan­do cooperativas para la explotación de energías renovables que permiten el autoabastecimiento local e incluso la venta de excedentes.
Este sen­cillo ejemplo indica que, mientras el orden mun­dial existente se muestra impotente para asumir responsabilidades, la instancia local puede hacer una diferencia.
 Pues allí se puede generar una mayor responsabilidad, un fuerte sentido comu­nitario, una especial capacidad de cuidado y una creatividad más generosa, un entrañable amor a la propia tierra, así como se piensa en lo que se deja a los hijos y a los nietos.

La sociedad, a través de organismos no gu­bernamentales y asociaciones intermedias, debe obligar a los gobiernos a desarrollar normativas, procedimientos y controles más rigurosos.
Si los ciudadanos no controlan al poder político –na­cional, regional y municipal–, tampoco es posi­ble un control de los daños ambientales.
En los ámbitos nacionales y locales siempre hay mucho por hacer, como pro­mover las formas de ahorro de energía.
Esto im­plica favorecer formas de producción industrial con máxima eficiencia energética y menos canti­dad de materia prima, quitando del mercado los productos que son poco eficaces desde el punto de vista energético o que son más contaminantes.
También podemos mencionar una buena gestión del transporte o formas de construcción y de sa­neamiento de edificios que reduzcan su consumo energético y su nivel de contaminación.

Es posible alentar el mejoramiento agrícola de regio­nes pobres mediante inversiones en infraestructu­ras rurales, en la organización del mercado local o nacional, en sistemas de riego, en el desarrollo de técnicas agrícolas sostenibles.
Se pueden facilitar formas de cooperación o de organización comu­nitaria que defiendan los intereses de los pequeños productores y preserven los ecosistemas locales de la depredación.
Es indispensable la continuidad, porque no se pueden modificar las políticas relaciona­das con el cambio climático y la protección del ambiente cada vez que cambia un gobierno.


Los mejores mecanismos terminan sucumbiendo cuando faltan los grandes fines, los valores, una comprensión humanista y rica de sentido que otorguen a cada sociedad una orientación noble y generosa.

7 de noviembre de 2015

Mirar a fondo, a lo profundo del corazón, como Jesús

Mirar a fondo, a lo profundo del corazón, como Jesús

En nuestras actividades pastorales, sobre todo en el aspecto económico, solemos recurrir al aporte de las personas que cuentan con más recursos, y poco valoramos el aporte de los más pequeños.
A diario vemos pasar a nuestro lado a muchos migrantes, la mayoría de ellos va en busca de una mejor situación económica que no encuentran en sus país, pero también hay algunos que van huyendo de la represión, que gobiernos injustos ejercen sobre los luchadores sociales  

El profeta Elías fue un personaje importante en la historia de Israel. De él, no tenemos ningún escrito, pero sus memorias fueron recogidas en los últimos capítulos del primer libro de los Reyes.
Nos presentan a Elías como un luchador que defiende la fé en Yahvé, el dios de, Éxodo, el dios de la liberación, en contra de la idolatría impulsada por el rey Acab;  pero nos presentan también a Elías, como un luchador social que defiende los derechos de los campesinos.
Para los israelitas, asumir la religión de Baal, practicar la idolatría,  significaba asumir también la forma de gobierno los pueblos que lo consideraban su Dios. Por eso el rey Acab aparece como el rey que oprimió al campesinado representado por Nabot.
Elías se opuso enérgicamente contra la práctica de Acab y su esposa Jezabel; por eso fue rabiosamente perseguido y amenazado de muerte, y se vió obligado a migrar, hasta llegar a Sarepta.
Ahí, una viuda que está por consumir lo último que le queda,  alimenta al profeta migrante, perseguido y hambriento, apoyando con ello la lucha por la fidelidad a Yahvé y en contra de la monarquía opresora de los campesinos.
Uno de los rasgos más característicos de Jesús de Nazaret es el ser un observador de la vida, de la naturaleza, de las actitudes y acciones de las personas y de ello deduce lecciones para sus discípulos de ayer y de hoy.
Jesús mira a los profundo: ha observado que la gente, incluídos sus discípulos, se queda maravillada ante la grandiosidad del templo de Jerusalén, y él advierte: “No quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando”.
Ha observado profundamente y descubre que los maestros de la Ley son muy ostentosos y que, con el pretexto de largas oraciones, asolan las casas de las viudas.
Hoy lo encontramos en el templo, observando a fondo, descubre que  los ricos depositan grandes cantidades en el cepillo de las ofrendas, pero que dan de lo que les sobra.
Jesús también  observa a una pobre viuda que deposita dos monedas de ínfimo valor, y mirando a fondo descubre que ella ha depositado todo lo que tenía para comer.

Valorar como Jesús hoy, implica para nosotros, desde nuestra difícil situación económica, apoyar a los migrantes, y ser capaces de ver en ellos a personas de fé y de lucha por una vida digna.
Mirar como Jesús hoy,  implica para nosotros incluír en nuestras actividades  pastorales no sólo a la gente preparada, sino también a los niños, a los ancianos y de modo particular a los más pobres.
Educar como Jesús hoy, implica para nosotros estar atentos a la vida, sobre todo la vida de los más insignificantes, mirar a profundidad para descubrir ahí a Dios y ayudar a otros a mirar de esa manera
Noviembre 08 15

Cosme Carlos Ríos