En nuestro pueblo los dirigentes (pastores) políticos se preocupan por las obras que dan impresión de la grandeza de nuestro pueblo, pero no manifiestan una preocupación grande por la vida de la gente, por el problema del desempleo con todas sus consecuencias, y el problema de la inseguridad pública.
Los líderes en el campo económico se preocupan de sus ganancias y sólo reparten al pueblo lo necesario para que puedan seguir viviendo al servicio del patrón.
Los pastores de Iglesia estamos preocupados por los templos y el esplendor del culto y no tanto por la vida y la salud de la gente: Tenemos una estructura importante para la economía y para la Liturgia, pero poco o casi nada destinamos a obras a favor de los más desfavorecidos.
Los padres de familia, agobiados por el desempleo y la carestía, salen de casa para obtener lo necesario para vivir, y los niños, muchas veces quedan abandonados.
En la época del profeta Jeremías (650-585 a. C.) la prepotencia y terquedad del rey y de su corte, de los militares y de los sacerdotes los llevó a negar los impuestos a Babilonia, confiados en que contarían con el apoyo del rey de Egipto.
Jeremías, un hombre sensato y pacifista, para evitar un enorme derramamiento de sangre. recomienda estratégicamente la sumisión a Babilonia.
La prepotencia y terquedad de los pastores de Israel, desoyendo la voz del profeta, condujo a una enorme masacre: Aniquilamiento del ejército, la destrucción total de Jerusalén y del templo, y la deportación a Babilonia de las personas notables en un número aproximado a 15, 000.
Antes de la guerra, en Judá había aproximadamente 200 mil habitantes y después de la guerra quedaron unos 100 mil, que sumados a los deportados nos hacen ver que en la guerra se perdieron alrededor de 85, 000 personas.
Es por ello que Jeremías arremete contra los pastores de Israel despreocupados por la gente y causantes de la masacre.
En el texto del Evangelio Jesús ha enviado a sus discípulos en misión y cuando regresan, escucha todo lo que habían hecho y enseñado y los invita a tomar un momento de vacación.
Pero al desembarcar se encuentra con una multitud y se compadece de ellos porque se asemejan a ovejas que no tienen quien los guíe y se pone a enseñarles muchas cosas.
Quienes tenemos autoridad, quienes en cualquier nivel somos pastores, tenemos que vivir, como Jesús, ante todo la compasión que significa “Hacer nuestro el dolor de los demás” y por lo mismo tener cuidado de que todos tengan una vida digna.
Ser buen pastor en el terreno político significa preocuparnos porque todos tengamos un empleo digno y suficiente que nos permita tener una vida digna.
Ser pastor en la Iglesia, en cualquier nivel, significa preocuparnos por organizar nuestro trabajo buscando, como Jesús, el bienestar de los más desfavorecidos: la pastoral social por encima de la Liturgia y la economía en función de los más desamparados.
Ser pastor como Jesús, implica enseñar a la gente para que tome conciencia de sus necesidades, de la forma de resolverlas y los derechos que le corresponden.
Significa también para el pueblo, dejar a un lado sus propios intereses para buscar con los demás, en forma organizada, la solución de los problemas comunes.
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