Desde hace 30 años México, como eximio alumno del Consenso de Washington, ha querido reformar a fondo su economía, pero los resultados no han sido alentadores. El país no crece y, al finalizar el quinto año de gobierno calderonista, aunque su titular presume las bondades macroeconómicas y obtiene elogios interesados del exterior, las cifras oficiales del desempleo y la pobreza son contundentes: lo que crece es la pobreza.
Las reservas, la paridad Peso-Dólar, la tasa de crecimiento del PIB son, podríamos decir, “buenas noticias económicas”, índices que motivan el contento presidencial muy propio de las coyunturas preelectorales. Incluso, cuando se trata de señalar fallas o algún mal desempeño económico, se alude a un poder Legislativo que no saca adelante “las reformas que el país necesita”.
Pero una voz externa, con solvencia analítica como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), organismo dependiente de la ONU, nos devuelve al mundo real. El pasado 29 de noviembre, la mexicana Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de tal entidad, daba a conocer el informe Panorama social de América Latina 2011, donde se aportan datos nada acordes con la autocomplacencia del Presidente y su gabinete económico.
En 2010, todos los países de la región se mantenían estables o habían disminuido la pobreza y la indigencia, excepto México y Honduras, a la sazón líderes en la exportación de mano de obra a Estados Unidos. ¿Porcentajes? Aquí, 36.3 de cada 100 personas están en condiciones de pobreza. El conjunto de países de América Latina ubica su nivel de pobreza en una tasa de 31.4 por ciento, en promedio. La de México está 16 por ciento arriba.
¿Por qué echar las campanas a vuelo cuando en México -según la citada institución- 15 millones de personas sobrevive en la indigencia, 55 por ciento de la población sufre algún grado de pobreza, y en San Juan Tepeuxila, Oaxaca, el 97.4 por ciento de sus pobladores son pobres?
En lugar de ceñirse a cuestionar la lentitud de las reformas estructurales -laboral, energética, fiscal- que de cierto necesita México, ¿por qué no proponer una agenda alternativa para salir del atraso? ¿Por qué le teme Felipe Calderón a hablar de acceso al crédito, profundizar la política social, productividad, educación, altos precios en la electricidad y telecomunicaciones, inversión pública para desarrollo del mercado interno, mejorar la distribución del ingreso, y ocuparnos más en la viabilidad no sólo económica sino social y política?
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