2 de diciembre de 2010

¿POR QUÉ LA PAZ NO LLEGA?

El deseo incontrolado, el apego al poder, los afanes de dominio de un país sobre otro, la marginación de lo femenino. He aquí sólo algunos rasgos de la cultura patriarcal que  rige en nuestras sociedades.
Esta parcialidad de miras, con el correspondiente predominio de la razón lucrativa, subyace al mundo violento, inseguro y depredado en el que vivimos. Así pues, la construcción de una convivencia pacífica tendrá que cavar un cimiento profundo para sentar ahí los dos pilares de la sociedad ética: justicia y dignidad para todas y todos.
Más que justicia, entendida como voluntad de dar a cada uno lo suyo, o virtud que regula la convivencia basada en el respeto del derecho de cada persona, urge una categoría superior, un paradigma opuesto al del apego dominante, que modifique la relación no sólo entre personas, sino de éstas con toda forma de vida planetaria.
La humanidad requiere, como finamente lo afirma el filósofo Carlos Díaz, apostar por la reconversión del estatuto cultural de nuestro tiempo, superando la dicotomía entre el pensamiento débil y superficial, y la racionalidad positivista y utilitarista. Urge pues asumir con todas sus letras la necesidad de ser cuidados, valorados y amados.   
Así como una madre siente y ama a la criatura que lleva en su seno, velando por su alimentación y sustento, hasta que ésta sea capaz de valerse por sí misma, hace falta que los seres humanos nos devolvamos el consuelo de la mirada cálida, que restaura la secreta alianza entre el yo que piensa (la razón intelectual, el logos), el yo que quiere (la razón emocional, el pathos), y el yo que anhela religarse (la razón espiritual); se trata de un pacto entre la razón, el corazón y el espíritu.
En el fondo de esta ética de la razón cálida o del cuidado hay una antropología más fecunda que aquella tradicional, base de la ética dominante: parte de la naturaleza relacional del ser humano. Las mujeres y los hombres somos fundamentalmente seres de afecto, portadores de pathos, de capacidad de sentir y de afectar, de ser afectados.
Existe en la naturaleza de las personas un tatuaje de vida en común, de ser-con-los-otros y para-los-otros en el mundo. Nadie puede permanecer aislado ni disfrutando de autonomía absoluta; vivimos al interior de redes de relaciones, siempre interconectados.
Para conseguir la paz, firme y duradera, con justicia y dignidad, necesitamos instituciones cuya operatividad esté marcada por la transparencia y la honestidad, pero para llegar a esto, el diseño no puede ser formal ni burocrático sino humano, cuidadoso y sensible a los contextos de las personas y de sus situaciones.
Es curioso que sean muy pocos los que, ante la descomposición social y la violencia que padece la sociedad mexicana, cuestionen un sistema de ganancia ilimitada, de competitividad a toda costa, de individualismo exacerbado.
Otros, envalentonados por el discurso guerrerista de Felipe Calderón, invocan más poder de fuego y profesionalización policíaca, denuncian la colusión de la autoridad con el proyecto criminal, aplauden la presencia del Ejército en las calles rogando por la eliminación, “a como dé lugar”, de todos los sicarios.
Por el contrario, la mayoría, víctima de tensiones cuando no de violencia, desea fervientemente un golpe de timón estratégico: busca la paz, aunque sin atinar en mediaciones eficaces para ello. A este segmento del pueblo invitamos, desde esta columna, a que integre esta otra dimensión en sus afanes.

1 comentario:

  1. Mientras nos encontremos armados o sea en actitud de pelear nunca lograremos la paz. Necesitamos aprender a respetar al otro a reconocer y valorar las diferencias, necesitamos aprender a escuchar y a portar con respeto dar una orientación correcta a la agresividad que llevamos dentro

    ResponderEliminar