Buscar
la voluntad de Dios
Con frecuencia identificamos la
voluntad de Dios con nuestra propia manera de pensar y de vivir, sin una
búsqueda de lo que realmente Dios quiere.
En nuestra sociedad valoramos a los
grandes, a los que tienen fama, poder o riqueza y poco o nada valoramos y tomamos
en cuenta a los pequeños.
La cultura machista nos ha llevado a
vivir y a sentir que la mujer ha de estar sometida al varón y que su papel se
reduce al hogar.
La lectura del segundo libro de Samuel
nos cuenta que, deseando David edificarle una casa a Yahvé en Jerusalén, Yahvé dirigió
la palabra al profeta Natán, para comunicarle que no sería David quien le
edificaría una casa a Yahvé, sino que Yahvé le edificaría una casa a David.
El templo que pretendía construir David
era una pretensión de encerrar a Yahvé, de tenerlo bajo su control
La profecía de Natán quiere decir que
Dios le dará una descendencia a David, es decir, la permanencia del linaje de
David sobre el trono de Israel.
Esta es la promesa que hace Yahvé a
David y que la tradición posterior interpretará en relación con el Mesías como
hijo-descendiente de David. Jesús es el Mesías esperado, en él se cumplen las
promesas de Dios.
El salmo 88 es un himno al Creador
seguido de un oráculo mesiánico. En este oráculo el salmista pone en boca de
Dios estas palabras: “yo lo nombraré mi primogénito, altísimo entre los reyes
de la tierra”.
Para comprender el Evangelio hemos de
tomar en cuenta que en aquella sociedad israelita, machista y jerarquizada al
máximo, María no parecía tener ninguna posibilidad de desempeñar un papel
importante en la historia de la salvación.
Ella era mujer, joven, prometida a un
hombre que, aunque estaba emparentado con la familia del antiguo rey David, era
un pobre artesano.
María una muchacha que posiblemente no
tenía ninguna instrucción, que quizá aún no había visitado ninguna vez el
templo de Jerusalén y que, cuando iba a la sinagoga, tenía que quedarse, como
todas las mujeres, en el portal.
A Dios le pareció bien escoger a esta
muchacha para que fuera la madre del Mesías. A Dios le pareció bien concederle
todo su favor. Y a ella le envió un mensajero para que le comunicara su plan. Y
ella aceptó confiada.
El ángel «entra» en la casa donde se
encuentra María y la saluda: «Alégrate,
favorecida, el Señor está contigo». María goza del pleno favor divino, por su
constante fidelidad a la promesa hecha por Dios a Israel.
El mensajero de Dios le pide su
colaboración para que sea madre y le anuncia que, en su hijo, se van a cumplir
todas las promesas que Dios había hecho a sus antepasados.
Por medio de él Dios continuará su
acción liberadora en favor de su pueblo y en favor de toda la humanidad.
María aceptó, pero no a ciegas: pidió
algunas aclaraciones; quería saber cómo iban a suceder las cosas.
Y a pesar de todas las dificultades
María respondió: «Aquí está la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que has
dicho.»
La salvación, la radical liberación que
Dios ofrece a la humanidad por medio de Jesús Mesías, tuvo que pasar por una mujer
que, confiada, creyente, dijo que sí a Dios.
Hoy, también en la Iglesia de Jesús, la
mujer sigue ocupando un papel secundario. Sin ninguna razón verdaderamente
seria que justifique esa discriminación.
Adviento es tiempo de preparación, de
espera de la fiesta de la Natividad, de la manifestación del Mesías.
Participar de esta fiesta es asumir el
estilo de María que le dice sí a Dios, y la misma actitud de Dios que se hace
pobre para nuestra salvación en la persona de Jesús de Nazaret.
Prepararnos a la Navidad significa
buscar con otros y con total disponibilidad la voluntad de Dios, renunciando a
imponer a otros nuestra voluntad en nombre de Dios.
Prepararnos a la Navidad significa
valorar a todos los pequeños y descubrir la forma en que Dios los valora y los
quiere como instrumento de su salvación
Felices pascuas de Navidad
Cosme Carlos Ríos
Diciembre 20 del 2014
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