La Iglesia del Mesías
Nuestra Iglesia tiende a
expresarse a la manera de los grandes de este mundo: con grandes edificios,
grandes personalidades, culto esplendoroso y transporte de última moda, muy
distante del vehículo del Mesías.
Nuestra Iglesia ejerce el control
sobre el pueblo a través de una serie de decretos, leyes, normas e
interpretaciones que se convierten en pesada carga para los más sencillos.
Es raro que nuestra Iglesia se
distinga por ser una casa de misericordia que ofrece apoyo y consuelo a los que
más sufren.
El texto de Zacarías que leemos hoy,
al hacer mención de los griegos, nos
ubica en el período de la dominación
griega que sobrevino con las conquistas de Alejandro Magno, y su victoria sobre
el poder persa.
En esta época, la forma de
esperar el Mesías está marcada por una corriente de de tipo triunfalista,
nacionalista, y militar.
Frente a esta, el texto de hoy,
nos presenta un mesianismo diferente, de carácter más bien sobrio, centrado en
la espera de un Mesías humilde, sin pretensiones triunfalistas: un Mesías manso,
que se transporta en el vehículo del pueblo y constructor de paz.
En el capítulo 10, Mateo nos
refiere que Jesús envió a sus discípulos en misión y las advertencias que les hizo
sobre el rechazo y la persecución.
En este capítulo 11 Jesús
proclama una serie de maldiciones en contra de las ciudades que habiendo visto
y oído el mensaje de salvación se han rehusado a cambiar.
En el pasaje de hoy, nos presenta
la reacción espontánea y jubilosa de Jesús ante el resultado de la misión de
los apóstoles: la gente sencilla ha recibido el anuncio y la realidad del
reinado de Dios.
En una sociedad donde el
prestigio era una forma de poder y de seguridad económica, la ignorancia era considerada
no sólo como ausencia de conocimiento, sino como una marca sobre las personas
que carecían de instrucción o enseñanza.
Ya en la época de Jesús, algunos
grupos consideraban malditos» a los que no conocían la Ley en profundidad.
Jesús denuncia esa falsa
religiosidad: La salvación no depende de una mayor o menor pericia en la
compleja interpretación bíblica, sino en la capacidad para captar el paso de Dios
en la historia y de la disponibilidad para aceptar su llamado.
Jesús abre lo más íntimo de su
espiritualidad: la predilección del Padre por los pequeños, y la misión que de
Él ha recibido.
Jesús invita a todos los
abatidos, a las personas agobiadas por los mecanismos de exclusión social y
religiosa, y les propone llevar otro yugo, otra carga: el yugo de la libertad,
que exige al mismo tiempo humildad y mansedumbre, es decir, honestidad personal
y capacidad de diálogo y tolerancia.
Para ser la Iglesia del Mesías
tenemos que renunciar a las manifestaciones de poder y de riqueza y manifestarnos
con las actitudes de sencillez que muestra Jesús.
Para ser la Iglesia del Mesías
tenemos que evitar todas las leyes, decretos, normas e interpretaciones que se
convierten en una pesada carga para los pequeños.
Para ser la Iglesia del Mesías
tenemos que ser una Iglesia samaritana, que a la manera del Mesías, ofrece consuelo y apoyo a todas las víctimas y
a todos los desamparados
Cosme Carlos Ríos
Julio 05 2014
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