Identificarse
con los pecadores
Descubrirse
hijo de Dios
Nos consideramos un pueblo católico,
pero cabe preguntarnos: ¿Las personas estamos
dispuestos a jugarnos la vida para que nuestra sociedad sea más justa, más fraterna,
en la que lo más fácil sea amar?
¿Somos un país de personas conscientes
de que todos los hombres estamos llamados a ser hermanos y que trabajan por que
sea así?
¿O un país en el que la violencia, el narcotráfico,
la distribución de drogas, las armas y la muerte son el pan de cada día con
el silencio cómplice de los bautizados?
Hoy, como comunidad de creyentes,
celebramos el bautismo de Jesús y, junto con él, nuestro bautismo.
Isaías, nos habla de la actitud del
siervo de Dios; éste ha sido llamado y asistido por el Espíritu para llevar a
cabo una especial misión en el pueblo de Israel: hacer presente con su vida la
actitud misma de Dios para con la humanidad; es decir, evidenciar que Dios
instaura su justicia y su luz por medio de la debilidad del ser humano.
Por tanto, la tarea de todo bautizado
es testimoniar que Dios está actuando en su vida; signo de ello es su manera de
existir en medio de la comunidad; debe ser una existencia que promueva la solidaridad
y la justicia con los más débiles, pues en ellos Dios actúa y salva; en ellos
se hace presente la liberación querida por Dios
El relato de los Hechos de los
Apóstoles nos dice que la única exigencia para ser partícipe de la obra de Dios
es iniciar un proceso de cambio (respetar a Dios y practicar la justicia), que
consiste en abrirse a Dios y abandonar toda clase de egoísmo para poder ir, en
total libertad, al encuentro del otro, donde se manifiesta Dios.
A ejemplo de Jesús, todo bautizado
tiene el deber de pasar por la vida “haciendo el bien”; tiene la tarea
constante de cambiar, de despojarse de todo interés egoísta para poder así ser
testigo de la salvación.
El evangelio nos presenta un rasgo
esencial del bautizado: La obediencia a la voluntad del Padre. “La justicia
plena manifiesta la íntima relación existente entre el Hijo de Dios y el
proyecto del Padre.
Al contrario que los buenos de aquel
tiempo, Jesús quiso mezclarse con los pecadores («Acudía en masa la gente... y él
los bautizaba en el río Jordán, a medida que confesaban sus pecados»
Su gesto solidario se repetirá en
adelante, cada día, hasta su muerte: vivirá y morirá acompañado de ladrones,
prostitutas, marginados.
El bautismo de Jesús fue el momento en
el que públicamente Jesús se comprometió a jugarse la vida, y a perderla si era
necesario, por amor a la humanidad.
Él luchó para dar vista a los ciegos
sacar a los cautivos de las prisiones... y curar a todos los oprimidos por
cualquier causa, dando a los hombres la posibilidad de organizarse como una
familia e indicándoles el camino para llegar a transformar este mundo en un
mundo de hermanos.
El bautismo de Jesús fue el momento en
el que el Padre hizo público que aquél era el Hijo, el que nos iba a enseñar a
ser hijos si estábamos dispuestos a escucharle.
Y ¿nosotros? Si queremos vivir nuestro
bautismo tenemos que hacer presente con nuestra vida el proyecto de Dios:
evidenciar que Dios instaura su justicia y su luz: luchar contra la violencia, el
narcotráfico, la venta de armas y la
muerte.
Si queremos vivir nuestro bautismo
tenemos que iniciar un proceso de cambio para poder ir al encuentro del otro, especialmente
el pobre donde se manifiesta Dios, conscientes de que todos los hombres estamos
llamados a ser hermanos y luchar por la hermandad
Si queremos vivir nuestro bautismo
tenemos que obedecer plenamente la voluntad del Padre: jugarnos la vida para
que nuestra sociedad sea más justa, más fraterna
Cosme Carlos Ríos
Enero 11 del 2014
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