11 de enero de 2014


Identificarse con los pecadores

Descubrirse hijo de Dios

 

Nos consideramos un pueblo católico, pero cabe preguntarnos: ¿Las  personas estamos dispuestos a jugarnos la vida para que nuestra sociedad sea más justa, más fraterna, en la que lo más fácil sea amar?

¿Somos un país de personas conscientes de que todos los hombres estamos llamados a ser hermanos y que trabajan por que sea así?

¿O un país en el que la violencia, el narcotráfico, la distribución de drogas, las armas y la muerte son el pan de cada día con el silencio cómplice de los bautizados?

 

 

Hoy, como comunidad de creyentes, celebramos el bautismo de Jesús y, junto con él, nuestro bautismo.

Isaías, nos habla de la actitud del siervo de Dios; éste ha sido llamado y asistido por el Espíritu para llevar a cabo una especial misión en el pueblo de Israel: hacer presente con su vida la actitud misma de Dios para con la humanidad; es decir, evidenciar que Dios instaura su justicia y su luz por medio de la debilidad del ser humano.

Por tanto, la tarea de todo bautizado es testimoniar que Dios está actuando en su vida; signo de ello es su manera de existir en medio de la comunidad; debe ser una existencia que promueva la solidaridad y la justicia con los más débiles, pues en ellos Dios actúa y salva; en ellos se hace presente la liberación querida por Dios

El relato de los Hechos de los Apóstoles nos dice que la única exigencia para ser partícipe de la obra de Dios es iniciar un proceso de cambio (respetar a Dios y practicar la justicia), que consiste en abrirse a Dios y abandonar toda clase de egoísmo para poder ir, en total libertad, al encuentro del otro, donde se manifiesta Dios.

A ejemplo de Jesús, todo bautizado tiene el deber de pasar por la vida “haciendo el bien”; tiene la tarea constante de cambiar, de despojarse de todo interés egoísta para poder así ser testigo de la salvación.

El evangelio nos presenta un rasgo esencial del bautizado: La obediencia a la voluntad del Padre. “La justicia plena manifiesta la íntima relación existente entre el Hijo de Dios y el proyecto del Padre.

Al contrario que los buenos de aquel tiempo, Jesús quiso mezclarse con los pecadores («Acudía en masa la gente... y él los bautizaba en el río Jordán, a medida que confesaban sus pecados»

Su gesto solidario se repetirá en adelante, cada día, hasta su muerte: vivirá y morirá acompañado de ladrones, prostitutas, marginados.

El bautismo de Jesús fue el momento en el que públicamente Jesús se comprometió a jugarse la vida, y a perderla si era necesario, por amor a la humanidad.

Él luchó para dar vista a los ciegos sacar a los cautivos de las prisiones... y curar a todos los oprimidos por cualquier causa, dando a los hombres la posibilidad de organizarse como una familia e indicándoles el camino para llegar a transformar este mundo en un mundo de hermanos.

El bautismo de Jesús fue el momento en el que el Padre hizo público que aquél era el Hijo, el que nos iba a enseñar a ser hijos si estábamos dispuestos a escucharle.

 

Y ¿nosotros? Si queremos vivir nuestro bautismo tenemos que hacer presente con nuestra vida el proyecto de Dios: evidenciar que Dios instaura su justicia y su luz: luchar contra la violencia, el narcotráfico, la venta de  armas y la muerte.

Si queremos vivir nuestro bautismo tenemos que iniciar un proceso de cambio para poder ir al encuentro del otro, especialmente el pobre donde se manifiesta Dios, conscientes de que todos los hombres estamos llamados a ser hermanos y luchar por la hermandad

Si queremos vivir nuestro bautismo tenemos que obedecer plenamente la voluntad del Padre: jugarnos la vida para que nuestra sociedad sea más justa, más fraterna

Cosme Carlos Ríos

Enero 11 del 2014

 

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