15 de octubre de 2016

Orar es sintonizar con el corazón de Dios



Habitualmente pretendemos que nuestra oración mueva a Dios y nos resuelva los problemas, mientras nosotros esperamos el favor o el milagro sin utilizar nuestros dones.
 Con demasiada frecuencia acudimos a la oración con la intención de que Dios se convenza de nuestras necesidades y las atienda,
Por influencia de la mentalidad mercantil que vivimos, manejamos nuestra relación con Dios a la manera de las relaciones de compra-venta que hacemos en el mercado.
Algunas personas pretenden chantajear a Dios diciéndole que si no nos cumple lo que pedimos van a abandonar su práctica religiosa o a cambiar de religión.

La primera lectura de hoy nos sitúa en el desierto, por el que el grupo de esclavos fugitivos del faraón, capitaneados por Moisés tiene que pasar en su camino hacia la liberación.
En esa época, a pesar de lo árido del desierto, se presta para que algunas tribus de beduinos vivan en él con sus rebaños.
Una de estas tribus es la de Amalec, a quien el hambre mantiene siempre dispuesto a lanzarse sobre los pueblos vecinos al desierto o sobre los viajeros que lo atraviesan, para despojarlos de cuanto llevan.
Los amalecitas como nómadas, andaban por las soledades del desierto en busca de pastos, defendiendo los pequeños oasis junto a los pozos contra las incursiones de tribus enemigas.
Inesperadamente se encuentran  con aquellos hebreos, que van cargados de botín de Egipto. Con ánimo de apoderarse de él, los amalecitas atacan por sorpresa al grupo conducido por Moisés, siendo para ellos un obstáculo en el camino hacia la liberación
Moisés encarga a Josué la misión de repeler la agresión, mientras él acompañado de Aarón y Hur hace oración en el monte. El resultado de esta doble acción es que los amalecitas quedan frustrados en sus planes.
El autor sagrado nos hace ver que la victoria no fue debida tanto a los esfuerzos de los guerreros de Israel -novatos en la lucha- cuanto a las oraciones de su caudillo, Moisés.
La oración de Moisés y la lucha del pueblo no ha de de convencer al Dios liberador para que quite los obstáculos,  sino ha de lograr que Moisés y el pueblo se convenzan de que no hay que bajar las manos en la lucha por vencer los obstáculos que impiden el camino de la liberación.
El evangelio, por su parte nos afirma que Jesús recalca a sus discípulos la insistencia en la oración y lo ilustra con la parábola de la viuda y el juez.
Entenderíamos mal esta enseñanza si no vemos a Dios como Padre, tal como Jesús nos enseñó.
Si la oración es un diálogo de amor con el Padre del Cielo, lo importante es que nosotros nos convenzamos de lo que el Padre del Cielo espera de nosotros y no que Él se convenza de nuestras necesidades.
La insistencia en la oración tiene que ser un esfuerzo insistente en conocer, aceptar y realizar el proyecto del Padre, proyecto de Jesús, proyecto del Reino.

Dirigirnos a Dios como Padre  implica para nosotros tratarlo con el respeto y amor que le tenemos, renunciando a imponerle lo que nosotros queremos o necesitamos.
Dirigirnos a Dios como Padre  implica para nosotros insistir en el diálogo de amor con el Padre, dispuestos a amarlo más, a escucharlo más y a cumplir mejor su voluntad.
. Dirigirnos a Dios como Padre  implica para nosotros un esfuerzo permanente por conocer lo que pasa a nuestro alrededor para pedir con insistencia al Padre que  nos ayude a conocer y realizar su voluntad en el momento y en el lugar en que estamos.
Cosme Carlos Ríos

Octubre 15 del 2016 

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